Me imagino al chaval o a la chavala con el bolígrafo entre los dedos, mirando al techo, pensando, rodeado de cientos de colegas que están en las mismas. Participa en el concurso de relatos cortos que antes se llamaba "de redacción" y, hoy, "de jóvenes talentos": ese al que, bajo el patrocinio de una muy popular bebida gaseosa que echa chispas, acudimos todos con el insti o el cole (diez millones de españolitos desde 1961), ese certamen que no gané y cuyo subsiguiente trauma aún me atormenta por las noches. Volvamos al o a la protagonista. Para la edición de este año, le han entregado una tarjeta de visita (como muchos otros niños de 2º de la ESO, no sabía ni lo que era, ya apenas se usan) a nombre de "Positividad Raudales", que es "artista" y que debe figurar en el cuento que está a punto de ponerse a escribir. Ya ha decidido que la va a llamar "Posi". No sabe que los que se sientan a su lado también la han apocopado del mismo modo o como "Tivi": cualquier niño es un creador nato de diminutivos. Asimismo, al igual que la mayoría, "artista" es sinónimo absoluto de "pintor" o "pintora". Ya por fin, decide que su héroe sufre mucho y se arranca a escribir: "Amanecía otro día gélido, más que el anterior, el sol me golpeaba la cara". Ahí está ese fenómeno, esa fenómena, contradicción pura, disparate creativo total, trece años en todo su esplendor: el día era "gélido" (o sea, helado, muy frío) pero el sol le daba a tope en todo el careto. Y continúa: "Congelado en mi cama bañado en sudor?". ¿Cómo no vamos a ser injustos los jurados de ese concurso si nos vemos en la obligación de elegir unos pocos entre docenas y docenas de maravillas semejantes, hallazgos surrealistas, locuras cuerdísimas? Ya entiendo, claro está, por qué no gané cuando participaba: no gané por racionalista, maldita sea mi suerte, por no alcanzar a imaginarme que puede hacer un frío que se las pela y a la vez un sol de hierro que me congela en sudor.

Para aviso de padres, sociólogos y psicólogos, aquí van unas cuantas conclusiones que fui anotando mientras juzgaba, ay, los relatos. Por ejemplo, ya no salen zombis ni vampiros: apenas un par de años han bastado para que se fueran al garete esas empanadas de sangre con que antes tanto se empapizaban los guajes, cómo me alegro. Sí aparecen escenas de maltrato en casa (sutilmente, de puntillas, al bies: les dan miedo, no las controlan); no las suelen desarrollar, pero les afectan profundamente, las clavan con un par de adjetivos antes de huir de ellas despavoridos. Veo que muy pocos, casi ninguno, meten a la crisis en sus textos: o bien prefieren ignorarla, o bien no la sienten, o bien ya saben que es una estafa más, las estafas de siempre de los adultos.

Bien creí que los abuelos iban a adquirir gran protagonismo en las historias, no doy una: hay presencia de los abuelos, de acuerdo, pero no tanta como cabría esperar, no tanta como en la vida real, me atrevo a decir. Por el contrario, hay divorcios a patadas, divorcios por todas partes, todo el mundo se divorcia en esos relatos: o "Positividad Raudales" (vaya nombres que se les ocurren, dicho sea de paso, a los asesores literarios del concurso, vaya por Dios) se divorcia o sus padres se acaban de separar o es madre o padre sufriente de hijos divorciados: lo raro es una pareja estable, veterana, ya ven. Iremos comentando otras constantes, si me dejan, porque piden paso los ramalazos de genialidad.

Así, leo con estupor que dos jóvenes se citan en "el jardín bodrio de los recuerdos". Entiendo "jardín", entiendo "recuerdos": pero ¿qué demonios pinta ahí ese caldo que es "bodrio", esa cosa mal hecha que es "bodrio"? Formidable. Y acabo por esta semana: un personaje sale de su habitación, ha oído un ruido, se fija bien, cuenta: "A lo largo del pasillo, disipé algo". Sí, es una confusión, quiso escribir "divisé": pero, qué quieren que les diga, me gusta mucho más "disiparme" por los pasillos que "divisar" cosas por los pasillos. Un aplauso, chaval.