Debe de ser un efecto perverso de los "superventas" y de la promoción del libro por televisión, el caso es que algunas de las librerías de más solera de nuestras grandes ciudades se parecen cada vez más a las secciones correspondientes de los grandes almacenes.

Hacía tiempo que no pasaba por una de las librerías más tradicionales de la capital porque había otras que cubrían mejor mis necesidades de lectura, pero he de confesar que me llevé una gran decepción a la vista de la transformación, en mi opinión para peor, que había experimentado.

Se lo hice saber a uno de los dependientes, que dijo coincidir plenamente conmigo y con otras personas que así se lo habían expresado antes, pero añadió que él era un simple trabajador y nada podía hacer por remediarlo.

Le comento mi impresión a uno de los finos editores independientes que nos quedan aún en este país, Manuel Borrás, de Pre-textos, de Valencia. "En la industria del libro, la gente de cultura ha sido sustituida por la gente de comercio", se lamenta.

Los lectores circunstanciales huyen del libro argumentando que es caro, y lo es, comparado con las ediciones de bolsillo de muchos países anglosajones, por ejemplo. Lo que no impide que esas personas se gasten el mismo o más dinero en copas. Cada cual es libre para sus pasiones o sus vicios.

Como explica Borrás, no hay desgraciadamente una verdadera "cultura de lectura" entre nosotros. Eso hace que las ediciones, si no es de títulos premiados y ampliamente publicitados a través de los medios audiovisuales, sean pequeñas, lo cual necesariamente las encarece.

Las mesas de novedades que uno ve en las librerías son por lo general intercambiables, y ése es el drama de la edición independiente.

"Los editores independientes no editamos para el gran público, sino para lectores, sean muchos o pocos", me comenta el responsable de Pre-textos.

Los problemas con que se topan las pequeñas librerías, sobre todo las que mejor cuidan la literatura de calidad, se ven agravados por la competencia tanto de las grandes superficies como de ese gigante de la distribución por internet que es Amazon.

Algunos autores como Günter Wallraff ha pedido a su editorial que prohíba a la multinacional distribuir sus libros. Critica el autor alemán tanto el control implacable que impone la multinacional al personal que trabaja en sus almacenes como el peligro de monopolio, sobre todo a través del libro electrónico, que puede poner en peligro la diversidad cultural. Algo así como ocurre ya en el cine.

Amazon se aprovecha además, como otras grandes multinacionales, de todo tipo de artimañas para minimizar los impuestos que paga allí donde realiza sus negocios, lo cual representa una competencia absolutamente desleal para las librerías locales, que sí están sometidas al fisco. Es algo que no se podrá remediar mientras existan los paraísos fiscales.

Con todo, Borrás no quiere ser derrotista: "A la literatura no la van a poder abatir ni los libros electrónicos -pues no importa el formato, sino el contenido-- ni las malas editoriales, pretendidamente cultas, ni la industria omnívora del libro circunstancial. Un editor, como un escritor, debe trabajar siempre para el futuro".

¿Se traduce acaso demasiado en este país, le pregunto, cuando en los anglosajones, que representan el mayor mercado, se traduce tan poco de otras lenguas como la nuestra?

"Nunca se traduce demasiado, si las traducciones son buenas", me responde. Aunque precisa: "No me parece de recibo, salvo en contadas ocasiones, que se desempolven traducciones de otras épocas para ahorrarse los emolumentos del traductor. Creo que se está engañando a los lectores". Palabra de editor.