A principios de esta semana, la mayor parte de la prensa autonómica se hizo eco del amplio debate que el comunicado del Club Financiero de Santiago sobre Aeropuertos sentó en el entramado económico, político, empresarial e institucional de nuestra comunidad autónoma. Sus autores, con su presidente Roberto Pereira al frente -actual Decano del Colegio de Economistas de A Coruña- establecen un nexo causal entre la confrontación de las ciudades de A Coruña y Vigo y el derroche de fondos públicos en infraestructuras, la adecuada planificación del desarrollo territorial y, en suma, parte de la causa del sacrificio del conjunto de Galicia.

El Club Financiero de Santiago se erige hoy como el árbitro del eterno partido que pronostica el empate entre los dos mayores núcleos poblacionales y de radicación de empresas de Galicia, llegando a asegurar que la disputa existente a los ojos del referido Club no tiene solución alguna. Y lo circunscribe, especialmente, en lo que se refiere al sector transporte y, concretamente, a la actual situación de nuestro sistema aeroportuario, como si la situación fuese diferente a la de hace diez años.

El actual sistema aeroportuario gallego es capaz de atender más del doble de sus pasajeros actuales. Da igual por cual de las tres pistas tomen tierra, pero Galicia no da para más, por mucho que subvencionemos, o dejemos de subvencionar. Lo que parece lógico es que a efectos de evitar deslocalización, la mejor oferta aeroportuaria se ubique donde residen los mayores núcleos poblacionales, radican las empresas más competitivas y más terciaria sea la economía. Bajo esas premisas, los costes, privados a soportar serán siempre menores, y el coste de transporte no es tema baladí.

Los aeropuertos sirven a muchos ciudadanos y territorios, y no son exclusivos de ninguna ciudad; son bienes públicos de una entidad pública empresarial y patrimonio de una sociedad mercantil estatal, también pública, ambas adscritas al Ministerio de Fomento. Hoy por hoy son de todos los españoles. Lavacolla no es únicamente el aeropuerto de Santiago, más bien al contrario; junto con el resto de núcleos gallegos, buena parte de sus pasajeros los aportan las verdaderas áreas metropolitanas de Galicia: Vigo y A Coruña, núcleos donde residen más de setecientos mil gallegos, esos que el Club Financiero de Santiago ve como trasnochados en eterna y enfermiza disputa bipolar. Pero si hay alguien que, en términos relativos, menos aporta al pasaje de Lavacolla, es la ciudad de Santiago. Por otro lado, hay que recordar que las tan manidas y citadas autopistas permiten el flujo de viajeros bidireccionalmente y no solo en un único sentido, con origen Santiago y destino el resto de Galicia.

Galicia ni construye ni gestiona aeropuertos. Las infraestructuras aeroportuarias y de ayudas a la navegación no las financian los gallegos, sino Aena y Aena Aeropuertos, S.A., bien con cargo a sus ingresos de explotación, bien con cargo a endeudamiento. Aena tampoco tiene la solución, ya que no decide, gestiona, bien o mal, pero solo gestiona bienes y servicios, a diferencia de colosales infraestructuras ubicadas, precisamente, en el centro de Galicia, cuya implantación y gestión sí es decisión de un político autonómico. Ejemplos creo que abundan en Santiago, pero que el Club Financiero de la capital gallega se preocupa en no citar.

Por el contrario, más de la mitad de los billetes aéreos de los pasajeros de Lavacolla los pagamos todos los gallegos en la parte que nos toca. Y esa parte la pagamos volemos o no volemos. Ese es el precio de los billetes que el Club Financiero tampoco cita en su mesiánico y paternalista comunicado. A sensu contrario, los billetes de A Coruña y Vigo, en su mayor parte, los paga quien vuela, es decir, el pasajero. Esa, y ninguna otra, es la realidad del sistema aeroportuario de nuestra comunidad autónoma, Galicia, una comunidad a la cabeza en subvenciones autonómicas encubiertas a las aerolíneas y con una realidad en su centro geográfico y político predominante sobre las otras dos, las periféricas.

El pasajero de Alvedro y Peinador es, fundamentalmente, un pasajero de salida de ambas ciudades, ejecutivo o empresario, con viajes de corta duración y que necesita horarios acorde a sus necesidades de transporte aeroportuario, fundamentalmente doméstico. A Lavacolla, también principalmente, llegan turistas extranjeros o salen pasajeros del resto de Galicia que viajan por ocio, no por negocio, y por un precio más económico que si lo hicieran desde los otros dos aeropuertos. No nos confundamos, ni mucho menos tratemos de confundir. Casos como los destinos a París, Sevilla o Valencia, con origen Galicia, son buenos ejemplos de confusiones.

Lavacolla está ya hecha y ha quedado bien majestuosa, pero más vacía que antes. Y Aena, más endeudada. Con la terminal vieja no sabemos qué hacer mientras amortizamos contablemente las colosales infraestructuras infrautilizadas y cuya rentabilidad se ve seriamente amenazada ante la posible espantada de compañías aéreas si quien avisó de cortar el grifo de la subvención autonómica cumple su palabra. Y ahora, ante el temor de una posible contracción del tráfico compostelano en un 40%, surgen oportunistas grupos de trabajo, lobbies innecesarios hasta el momento mientras contábamos con el respaldo económico de "mamá autonomía."

Todo atisbo de reduccionismo de la realidad a una mentalidad centralista, política o geográfica es, per se, reproducir a nivel autonómico la estructura de una administración paralela a la estatal, la cual nos hemos cuidado mucho de ir descentralizando desde hace más de 30 años. La caracterización del concepto de ciudad y, sobre todo, de área metropolitana, no es tampoco ajena a la palmaria realidad de Vigo, A Coruña, Santiago, Ferrol, Lugo, Ourense y Pontevedra, entre otras muchas.

Colegios profesionales, cámaras de comercio, gremios, asociaciones de empresarios, pasajeros, usuarios y ciudadanos también tenemos algo que decir, tanto desde Vigo como desde A Coruña o el resto de Galicia; no solo los políticos, porque somos nosotros los que debemos sentar las bases para crear el clima y contexto idóneo para una mejor resolución de temas que, en épocas de "vacas flacas" como las que vivimos se vuelven más acuciantes para los políticos y responsables institucionales. Todo lo demás son oportunistas regates de patio de colegio que, si bien bajo distinta rúbrica, a nada conducen más que al tropiezo y caída en el trasnochado regateo político. Y localista.

Cualquier otra descripción de vertebración socio-territorial o "en clave de país", enarbolando la bandera del (contradictorio) localismo compostelano como adalid de la solución al actual problema aeroportuario de Galicia, es pasar a tener una visión más bien política, sesgada, partidista y totalmente contraria de quien se espera, y desea, un marcado perfil técnico. Y a los hechos y a la pública evidencia me remito.

*Economista del Colegio de Economistas de A Coruña