No habían descansado aún mis manos de la fatigosa tarea que supuso escribir "El Gobierno debe rehacer su (bochornosa) imagen" (Faro de Vigo, 6/01/2012) de inspiración tan oportuna como diabólica, cuando el aparato mediático del PSOE (sin descartar la mano negra de CiU y de sus jefes, allende los Pirineos, que cuentan con expertos capaces de falsificar lo que sea) desencadenó, en doblete con el desprestigio político que suscitan seis millones de parados, una ofensiva tendente a hundir definitivamente al Gobierno enviando por la primera página sobres bomba cargados de propaganda terrorista por aquello de que si nace con barba, San Francisco, y si no, Santa Ana.

Como no fui muy sensible a lo que me pareció una descarada manipulación proseguí con lo mío. Y lo mío es ir por libre opinando respecto a lo que me parece bien o mal. Concretamente, la política de consolidación fiscal que aplica el Gobierno no la considero buena ni mala sino inevitable y obligatoria dentro del euro, aunque de dolorosos y no deseados efectos, en un país cuya deuda pública y privada representa el 280% del PIB. Y, por tanto, levanta sospechas en los mercados de deuda, España, digo, en cuanto a su solvencia. Y mientras a España no se la considere solvente no volverá a fluir el crédito, condición necesaria aunque no suficiente del crecimiento económico.

Pero a ciertos lectores no les pareció oportuno que defendiera, en lo que es defendible, la política económica del Gobierno en lugar de tratar, como al parecer era mi obligación, el tema de los "sobres". "Porque es de juzgado de guardia que algunos se lucren mientras el pueblo pasa hambre", así me escribió, a correo privado, una indignada lectora; buena amiga y funcionaria, por supuesto. Única especie trabajadora en este país, los funcionarios --los jubilados son caso aparte-- que tiene tiempo para leer prensa en el despacho y escribir lo que le echen. A veces, artículos para los periódicos.

Se me ocurre que si el tema es de juzgado de guardia no veo que pinto yo metiéndome donde no me llaman Sus Señorías. Y si no lo es tampoco viene a cuento que este articulista francotirador actúe como caja de resonancia de los urdidores. En cuanto al hambre que decía mi lectora, y a pesar de ello querida amiga, sufre el pueblo, debe ser tanta, en efecto, que el otro día acorrieron 60.000 personas a la feria del cocido, Lalín, para saciarla entre risas, gaitas, vino, lacón y panderetas. Cuánta miseria y hambre vemos por culpa del PP, no sé dónde iremos a parar.

En medio del desconcierto es humano, lógico y hasta inevitable, y por tanto natural como un amanecer, que proliferen opinantes de toda laya y condición proponiendo, a módico precio -verbigracia, el coste de oportunidad de aprender portugués-- alfombras voladoras de mágicos efectos para llevarnos lejos de la crisis. A Brasil. Y es que las soluciones milagreras se extienden en un continuum que propone desde el aprendizaje de inglés, matemáticas e informática -así clamaba no mucho ha un triunfito en las páginas de un periódico global, plataforma privilegiada para ameritarse en el viacrucis a ministro-- en competencia con los que prefieren el alemán e incluso, perdida la esperanza en Galicia de llegar a tigre celta, los partidarios de la línea cultural luso-enxebre para subirnos a la espalda del jaguar empresarial amazónico que en Brasil está, a la par que el disloque, haciendo estragos mil. Con tantas propuestas de aprendizaje de idiomas y otras virguerías -de las que no hay que excluir el dominio de las artes de la poda, corte y confección-- a los estudiantes no les va a quedar tiempo para aprender a pensar. Pero el tiempo es el bien más raro y valioso que poseen los humanos, incluidos los parados.

Aunque quizás no sea la mejor, la conocida definición de Lord Robbins sigue siendo de uso corriente en la profesión: la ciencia económica estudia la satisfacción de las necesidades humanas (ilimitadas) mediante bienes (escasos) con usos alternativos entre los cuales hay que optar. El tiempo no es un bien libre cuyo consumo no conlleve coste alguno. El tiempo es un bien escaso cuyo consumo es muy caro en términos de coste de oportunidad; el esfuerzo dedicado al estudio del portugués -o del gallego, quizás la asignatura más dura de algunos cursos de enseñanza secundaria-- disminuye los recursos en tiempo y energía que cada estudiante podría dedicar a aprendizajes alternativos. El portugués, como la esgrima, no se aprende porque sí sino solamente cuando nos satisface mucho leer a Pessoa o Eça de Queiroz en lengua vernácula -mi caso-- o porque nos va a resultar profesionalmente útil de inmediato. Sabedores que están peor que nosotros, no parece, si bien se mira, que a nuestros vecinos del sur les haya resultado muy útil su perfecto conocimiento para salir de la crisis a pesar de que aúnan al dominio de la lengua de Brasil la oferta de mano de obra con salarios más bajos que los nuestros.

Modas intelectuales obligan, desde los trabajos seminales de Romer, Rebelo y Lucas se les ha dado a los economistas por ejercer de exégetas de la economía del conocimiento marcando de consuno flagrante desprecio por la tradicional brick&mortar, la economía de vieja raigambre industrial, entre la cual la de la construcción, que es, junto con las recetas fordistas de producción y consumo, energía barata y crédito abundante, lo que ha asentado el crecimiento largo que trajo una riqueza tal que el 83% de las familias españolas es propietaria de su vivienda, de las cuales están pagadas completamente el 65%. Y esa receta aún no está agotada. Quizás no sirva para Finlandia, pero Brasil o China crecen sobre todo por el consumo y la inversión interna, no por exportaciones basadas en la economía del conocimiento. Si el ladrillo&cemento era un monocultivo industrial como algunos le llaman despectivamente, del que mal que bien vendíamos el 25% anualmente a los extranjeros, bendito monocultivo que junto con el del automóvil y turismo fue la envidia de toda Europa. Pero para que vuelva, partiendo de bases más sólidas y controlando los riesgos, el crédito tiene que fluir. Para que fluya, el país tiene que desendeudarse e inspirar confianza. Para ello el Gobierno, sí, debe proseguir su línea de consolidación fiscal.

A algunos/as no les gusta que diga estas cosas, preferirían que hablara de sobres. Es decir, que calumniara sin pruebas. Se les nota que ya han empezado a estudiar brasileiro: vale tudo.

*Economista y matemático