Estarán los actores secundarios, considerados en este film como "primeras figuras", y faltarán aquellos que, judicialmente, podrían ser tenidos por "colaboradores necesarios".

Se descorre el telón de una película rodada en nueve días y cuya postproducción ha tardado diez años en realizarse. Su título es Prestige, la catástrofe que no quisieron reconocer, y su director principal era, entonces, ministro de Fomento y se llamaba Francisco Álvarez Cascos.

Con él, y brillando a gran altura -como cabe esperar de insignes y depurados actores- el entonces director general de la Marina Mercante, José Luis López-Sors, único político imputado en el caso.

No estarán en la premier de tal película el excapitán marítimo de A Coruña, Ángel del Real -hoy, de nuevo, presidente de la Autoridad Portuaria de Ferrol-, ni el actual director general de la Guardia Civil y a la sazón delegado del Gobierno en Galicia, Arsenio Fernández de Mesa. Tampoco estarán mandos intermedios de la Dirección General de la Marina Mercante ni, mucho menos, el entonces capitán del remolcador Ría de Vigo o el exinspector -posteriormente capitán marítimo de A Coruña- que cual Supermán, descendió de un helicóptero para "tomar posesión" del buque-tanque Prestige, cuando éste tenía a bordo a su verdadero capitán.

Faltan muchos actores. Entre estos el ministro que solo vio "hilillos de plastilina" en una marea negra que nunca se quiso reconocer como tal y de la que se dijo se hallaba a unas sesenta millas de la costa cuando verdaderamente estaba a tres millas de las islas Sisargas.

Todos ellos, con la excepción del capitán Apostolos Mangouras, han tenido como premio excepcional la estatuilla del reconocimiento y ascenso: uno a presidente del Gobierno, con el voto libremente depositado de los españoles; otro, como director general de la Guardia Civil por expreso deseo de quien preside el Gobierno de España; un tercero, como presidente de la Autoridad Portuaria de Ferrol porque así lo han querido el presidente de la Xunta y la ministra de Fomento, junto con el director de la Marina Mercante; un cuarto, ascendido de inspector a capitán marítimo, hoy jubilado...

No les cuento el final de la película, pero la trama de la misma ya la conocen de sobra; no habrá dinero para las subvenciones de tal cinta -ya se sabe cómo anda el Ministerio de Cultura por mor de la crisis- y es muy probable que, dentro de un año, aproximadamente, el Alfred Hitchcock de turno le de una vuelta más de manivela a lo que ya no sirve ni como serie de segunda por el tiempo transcurrido y se hable de compensaciones económicas, que no de responsabilidades.

Mangouras volverá a su querida Grecia, López-Sors escribirá sus memorias y, presidentes, exministros, directores generales y excapitanes marítimos de A Coruña contarán a sus nietos que un día lejano, un petrolero de nombre Prestige llenó de chapapote las costas de Galicia y el Cantábrico y atrajo una marea blanca de voluntarios (algunos de ellos ya muertos y otros enfermos) después de haberlo paseado de sur a norte y de norte a suroeste hasta que su cuerpo jotero se partió en dos y, mira por dónde, no se murió nadie salvo aves marinas y especies de peces y marisco que nadie pudo capturar porque se decretó una veda que arruinó a unos cuantos y a otros muchos enriqueció por arte de birlibirloque.

Abierto el telón, empieza la función.