Partamos de una hipótesis de trabajo cuya probabilidad de realización desconozco. En aras de tomar posiciones defensivas, e incluso dinámicamente ofensivas, supongamos que en el horizonte 2020 salga a la calle el último vehículo de la planta que los vigueses conocen por Citroën. Para entonces aún no habríamos absorbido el choque recibido en el 2008 y los efectos acumulativos de la desindustrialización que generaría el cierre de la factoría viguesa serían económicamente tan destructivos como los de una bomba atómica. Todos presentimos el peligro aunque los políticos no se atrevan a mentarlo.

Con buen instinto, en prudente previsión del maremoto que empieza a insinuarse, Zona Franca organizó hace un par de semanas el Foro Vigo Innovación cuyos objetivos eran, en palabras de este diario (A. Rubinos 11/01/2011) "Invitar a una profunda reflexión sobre la situación actual de Vigo y dar los primeros pasos hacia una cooperación entre todos los sectores que permita a la ciudad iniciar una transición ambiciosa y realista". El evento reunió a más de 300 expertos y resultó, institucionalmente, un auténtico éxito por el que hay que felicitar estruendosamente a los organizadores. Pero ahora que ya se han barrido las serpentinas, lentejuelas y papeluchos del guateque cabe preguntarse qué va a quedar además de las facturas que, supongo, ha debido pagar Zona Franca por la música, los canapés y el pocket money de los artistas invitados.

No reprocho a Zona Franca que piense en el futuro de la ciudad, de sus gentes, de su desasistida juventud, de la desamparada vejez, del empresariado fragilizado por la crisis y la globalización descaradamente ventajista, no se lo reprocho sino de todo corazón lo agradezco. Ello no excluye que ponga en entredicho el método seguido que difícilmente podrá conseguir resultados capitalizables a medio plazo. Lo peor, no obstante, es que con montajes de esta índole se retrocede a la "racionalidad instrumental" propia de una época en la que los sistemas tecnológicos no habían mostrado aún su apabullante complejidad. Es decir, se vuelve a asumir implícitamente la existencia de un planificador omnisciente –encarnado en una casta de sabios– capaz de optimizar, en horizonte deslizante, las decisiones pertinentes.

Sin endosarles una total inutilidad, creo que hay que evitar este tipo de eventos porque adormecen el instinto de supervivencia social y empresarial al dar la impresión que se están artillando defensas muy sólidas cuando en realidad se trata de anacrónicas líneas Maginot ¿De dónde salen 300 expertos? Muchos me parecen. Mejor hubiera sido poner a pensar a 150 ingenieros con 150 empresarios.

Si todos los expertos dicen lo mismo, a imagen de un planificador omnisciente, se cae en una reiteración gremial dándose la razón unos a otros; si cada uno opina de forma distinta, la cacofonía resulta insufrible y finalmente no se saca nada en claro. De esos 300 expertos, sobraban 295. Mejor hubiera sido contratar al equipo de una figura de primer nivel internacional, como hizo Ibarretxe con Michael Porter para que diseñara un plan para el País Vasco. Y bien les va. Aunque yo hubiera organizado preferentemente un concurso de ideas, abierto a todo el mundo, premiando con estimulante dinero las cinco mejores propuestas, que no deberían exceder dos folios, susceptibles de impulsar el crecimiento de Vigo. Veríamos, quizás, y les aseguro que no nos aburriríamos con la lectura de las propuestas, que las mejores ideas vendrían de un estudiante sin sobresalientes o de un empresario autodidacta o de un parado que no pasó por la universidad o de un ama de casa que tiene que batallar con un divorcio y dos hijas que se toman por Paris Hilton. Los expertos que participaran en el concurso, y solo lo harían si el premio fuera elevado y contaran de antemano con algunos amigos en el jurado, a buen seguro expondrían ideas de una generalidad tan inconcreta que servirían tanto para Vigo como para Singapur. Y es que la única propuesta concreta que leí, sin poder evitar el hastío de lo ya visto, fue que los alquileres deben ser bajos para atraer a la juventud cualificada.

Mi escepticismo llega a tal punto que una de las propuestas estrellas del Foro, singularizar Vigo en el mapa dotándola de su propia marca, me parece que roza la tomadura de pelo. Vigo no es Nueva York, ni Londres, ni Turín, ni Hong Kong, ni París, ni Estútgart, ni Róterdam, ni siquiera Bilbao. Aunque no me extrañaría que pasado mañana, cheque mediante, unos cuantos expertos diseñasen una marca ad hoc. Pero por marcas que no sea, ahí van varias de mi cosecha y sin cobrar un céntimo. "Vigo, la ciudad de los 50.000 parados dispuestos a todo"; "Vigo, la ciudad en la que nadie tira papeles al suelo"; "Vigo, la ciudad donde las doctoras en biología conducen taxis"; "Vigo, la ciudad en la que se guillotina a los absentistas laborales".

De las ideas clave expuestas en el Foro Vigo Innovación he sido incapaz de retener algo tangible, interesante, aplicable, ni novedoso, nada, en suma, que no pueda encontrar cualquiera que eche una ojeada a lo que pulula en internet buscando Innovación/ Innovation, teniendo en cuenta que Innovation es común al francés, inglés y alemán. Y tanto es así que Faro de Vigo (15/01/2012) editorializaba en conclusión el sentir de muchos de nosotros –y aquí incluyo, sin pedirle permiso, al inteligente y fogueado Manolo Rodríguez Rodman, mi alter ego en estas cuestiones– con estas atinadas palabras no exentas de amargo escepticismo: "En la última década, Vigo ha parido planes estratégicos, ha acogido a gurúes internacionales, ha encargado estudios y más estudios, pero casi nada de todo ello fraguó. Es lo que toca evitar ahora. Que vuelva a ocurrir lo mismo". Y para intentar que no ocurra, en modesta y marginal contribución aportaremos en próximo artículo un par de propuestas.

Sin embargo, quiero dejarlo claro desde este momento, de entre el cúmulo de lugares comunes, banalidades, insustancialidades, vaguedades, refritos y tópicos relativos a la innovación que escuché y leí días atrás se pueden extraer aportaciones valiosas que convendría concretar. La que más me interesó, la más profunda y visionaria al tiempo que difícil e inevitable, fue la del profesor José María Mella Márquez ("La tercera revolución industrial", Faro de Vigo 15/01/2012). Los elevados razonamientos del profesor Mella toman impulso apoyándose en el libro de Jeremy Rifkin "La tercera revolución industrial", referencia discutible si bien apasionante. Sea como fuere, Mella Márquez logra proyectar sobre el lector avisado destellos esclarecedores "…la economía del siglo XXI se basará en una combinación de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) con las energías renovables". Esta es la vía, en efecto. Y algo más, claro está.

*Economista y matemático.