Era hermano del gran pintor Ramón Parada Justel, cuyo fallecimiento a los treinta y un años edad truncó lo que prometía ser una fulgurante y prometedora carrera. El doctor Parada era hombre muy querido en Ourense. Y, además, sumamente conocido, sobre todo por su burro. Me explicaré. El buen galeno hacía todas sus visitas a lomos de un burro, al que se atribuían multitud de situaciones chuscas. Incluso corrió por la ciudad la especie de que el doctor se había propuesto acostumbrar a su burro a no comer, para lo cual le había puesto unos anteojos con cristales verdes. Después le daba como único alimento virutas de madera, que el asno zampaba golosamente creyendo que se trataba de fresca hierba Hasta tal punto llegaba la fama del buen doctor.

La anécdota que voy a contar es rigurosamente cierta. Se la contó a mi tía abuela Rita Veiras, íntima amiga de Modesta Parada, hermana del pintor y del doctor. Resulta que en 1922 se hizo cargo de la diócesis de Ourense el obispo don Florencio Cerviño, que venía precedido de una gran fama de hombre bueno, trabajador, humilde, amigo de los pobres y los menesterosos. Pocos días después de su llegada se propuso conocer en la medida de lo posible todas las villas y pueblos de la provincia. Y empezó por los arrabales de la capital.

Una espléndida mañana de sol se propuso hacer una visita por las aldehuelas próximas al río Loña, acompañado por su secretario, don Diego Bugallo Pita. Montaron en sendas mulas e iniciaron el recorrido partiendo del palacio episcopal, la calle del Paseo, parque de San Lázaro, hospital provincial y carretera de la Lonia.

En un momento determinado apareció en lontananza el doctor Parada Justel, montado a lomos de su utilitario asno. De manera inmediata, Diego Bugallo Pita puso al obispo al corriente de todas las peculiaridades del médico. Que si era un magnífico profesional, que si era muy sacrificado, que si no cobraba a la gente humilde..., pero que tenía un terrible defecto: era un impío, un descreido y, lo peor de todo, era un conocido anticlerical.

El doctor Parada Justel venía leyendo el panfleto más odiado por las gentes de la Iglesia, el periódico El Liberal. Según se iban acercando las caballerías, el buen obispo Cerviño se iba apiadando cada vez más del galeno. Y cuando los tres se cruzaron el buen pastor no pudo menos que lanzarle una bendición desde lo alto de su mula.

El doctor Parada, que aparentemente no se enteraba de nada, enfrascado como estaba en la lectura, levantó la vista del periódico, miró directamente a los ojos del obispo, alargó el brazo derecho y le devolvió la bendición, al tiempo que decía: "Non lle debo nada".

Toñito

Era un conocido deficiente mental, muy querido por todos los ourensanos. Iba siempre en cabeza de todas las procesiones y los desfiles militares. Nadie se lo impedía.

De vez en cuando le salía la vena erótica y cuando se cruzaba con alguna moza de buen ver le soltaba: "¡Esta noite na eira, uaaaaa!"

Hubo un momento en que un grupo de irresponsables tuvieron la infeliz ocurrencia de invitar a vino al Toniño todas las mañanas, hasta que el buen inocente acababa con unas borracheras morrocotudas. Como respuesta a tamaña estupidez, un grupo de jóvenes repartió una serie de huchas por los bares de vinos con un letrero que decía: "Donativo para la ropa del Toniño". Al mismo tiempo pidieron a los dueños de las tascas que no se les ocurriese servir vino al infeliz. La campaña dio resultado. Toniño no volvió a emborracharse y en adelante empezó a vestirse con limpieza y pulcritud.

En cierta ocasión el obispo Temiño Sáez salía de la catedral por la praza da Fonte Nova cuando fue abordado por Toniño: "Oyes, tú, dame un real".

El obispo Temiño se arremangó la sotana y se puso a buscar en los bolsillos del pantalón. "Lo siento, Toniño, pero no tengo nada". Contestación: "¡Bueno, carallo, ti sempre estás palmado!".

(*) Exdirector de Cambio 16, Interviú, Ciudadano y Leer.