De la existencia del Apóstol Santiago no hay ninguna evidencia histórica, pero la leyenda da por cierto que fue decapitado en Jerusalén, que su cadáver fue trasladado por mar hasta Galicia en una barca de piedra, y que luego fue enterrado en el lugar donde se pararon los bueyes que arrastraban la carreta con sus restos. Los bueyes seguramente se pararon a reponer fuerzas con unos buenos bocados de hierba (ya es sabido que para hacer aguas mayores y menores esos animales no necesitan detenerse), pero este hecho casual dio lugar a una serie de acontecimientos extraordinarios. Pasados los años se construyó allí una iglesia, luego una catedral, y después una hermosa ciudad que hoy conocemos como Santiago de Compostela, uno de los destinos de peregrinación más famosos del mundo. También da por cierto la leyenda que el Apóstol Santiago, a lomos de un caballo blanco, ayudó a las tropas cristianas del rey Ramiro I a vencer a los musulmanes en la batalla de Clavijo, momento a partir del cual empezó a ser conocido por el tenebroso alias de "Matamoros". Gracias a esa hazaña, y a otros favores concedidos, fue nombrado Patrón de España por el papa Urbano VIII siendo rey de España Felipe IV, penúltimo monarca de la dinastía de de los Austrias. De entonces acá, el mito ha seguido creciendo de forma extraordinaria y aunque la historia no tiene pies ni cabeza (nunca mejor dicho) nadie se atreve a negarla dada la magnitud del negocio y la burocracia que ha engendrado así como a su extraordinaria contribución al patrimonio artístico. Solo por el Pórtico de la Gloria merecería la pena creer a pies juntillas en toda esa fantasía. Con los trágicos atentados del 11- S de 2001, de los que se cumplen ahora diez años, ocurre algo parecido. El suceso se ha convertido interesadamente en un mito y todo el mundo da por cierto que diecinueve musulmanes que habían supuestamente recibido unas pocas clases de aviación mediante simulador, sin aterrizar ni despegar nunca, fueron capaces de secuestrar, armados con unos cuchillos de plástico, cuatro grandes aviones comerciales y luego estrellar tres de ellos contra las llamadas Torres Gemelas en Nueva York y contra el Pentágono. El cuarto se estrelló en Pensilvania previa una supuesta lucha entre los pasajeros y los piratas del aire. Los servicios secretos fueron incapaces de detectar la amenaza, la fuerza aérea no intervino a tiempo y el gobierno, que corrió a refugiarse en lugares seguros, señaló como responsable del atentado al misterioso Bin Laden, multimillonario saudí y antiguo agente de la CIA. Los sucesos sirvieron de pretexto para declarar la "guerra duradera contra el terrorismo" y se llevaron a cabo las invasiones de Afganistán y de Irak. Los supuestos autores del atentado, cuyas fotos se publicaron sin que se hayan identificado nunca sus cadáveres, murieron supuestamente todos aunque días después algunos de ellos aparecieron vivos en varios países. No hay evidencia judicial de la autoría de los atentados y el cúmulo de contradicciones e inexactitudes es tan abrumador que muchos profesionales (pilotos profesionales, arquitectos, médicos , ingenieros, etc.) niegan la versión oficial. Hasta el punto de que, un expresidente de la República de Italia (Francesco Cossiga) y un ex ministro alemán y experto en servicios secretos (Andreas Von Bulow) dirigieron las acusaciones hacia el propio aparato de poder norteamericano. Pero la versión oficial se ha convertido en leyenda y es inamovible. Más o menos como ocurrió con el Apóstol Santiago.