No me preocupa el futuro del euro e incluso las ventajas de su desaparición compensarían, creo, algunos beneficios --no exentos de inconvenientes, escalonados y jerarquizados según países-- siempre y cuando el abandono se hiciese en buen orden, en retirada sincronizada con los socios de nuestro entorno, sin las precipitaciones propias de las debacles. Pero no sería realista anticipar, a corto plazo, la implosión de la moneda única. Más me inquietan los males tangibles de la economía española cuyo diagnóstico no se limita a la evidencia de coma prolongado por empacho ladrillero y consumista via deterioro histórico de la balanza comercial en los años de bonanza.

El caso es que España sufre una crisis de deuda pública sensible al contagio de los mercados transmitido por diferentes vasos comunicantes además del descarrilamiento del sector de la construcción (750.000 viviendas sin vender); por si fuera poco hay que añadir la atonía global de demanda por insuficiente pujanza del sector exterior y estancamiento del consumo, la inversión y el gasto público; un endeudamiento inquietante de familias y empresas; una morosidad insostenible; un paro estructural de difícil reabsorción aun en el caso de que se solucionen los demás problemas; un sistema financiero parcialmente tocado del ala con algunas entidades plomeadas en pleno core capital. Por no hablar de la deficiente formación de capital humano tanto técnico como político –origen probable de males varios de este país-- y un anquilosamiento demográfico de proporciones tales, al menos en lo que concierne a la población autóctona, que algunos especialistas lo consideran irreversible, definitivo.

Ocurre que los bancos centrales son en parte responsables de la crisis actual pero la responsabilidad del Banco Central Europeo (BCE) es especialmente sangrante ¿Por qué? Porque en lugar de practicar una política dogmáticamente estrecha en cuanto al control de la inflación debería haber vigilado también los precios explosivos de los activos financieros e inmobiliarios, la así llamada "burbuja". Entendiendo por burbuja el aumento del precio de un activo impulsado durablemente solamente por la creencia de que va a seguir subiendo. Verbigracia, la burbuja inmobiliaria en España –caso particular de la burbuja financiera-- es la transposición de este principio general al activo constituido por bienes inmobiliarios.

En un capitalismo globalizado en el que los mercados financieros impactan significativamente en la economía real por canales directos e indirectos no han faltado voces para reclamar a los bancos centrales el control de las burbujas. Probablemente lavándose las manos o porque quienes mandan de verdad son los que controlan el nervio de esta guerra, el dinero, los bancos centrales justifican el inmovilismo argumentando que solo son capaces de constatar expost la formación de burbujas. Esta forma de actuar acrecienta el riego de negligencia/riesgo moral (aléa moral/moral hazard) a favor de los operadores al estimular las tomas de posición arriesgadas. Dado que los bancos centrales son reticentes a reventar las burbujas en aras de frenar ex ante la hinchazón del precio de activos y sin embargo acorren a socorrer los mercados cuando se desinfla el precio, ceden de esa guisa a los operadores una "opción de venta" gratuita ("put" en la jerga del oficio) propiciando la siguiente crisis financiera. Con estos mimbres, urge que la política monetaria del BCE sea proactiva, actuando antes de que estalle por sí misma la burbuja, en lugar de reactiva, limitándose a colocar paños calientes para paliar el desastre. Cambio de estrategia que, evidentemente, no será posible mientras no se reconfigure la arquitectura de la finanza globalizada. A ver quien le pone el cascabel a ese gato.

En este sentido, la dinámica perversa en que ha entrado la deuda de la periferia europea es imputable –sin olvidar la alegre irresponsabilidad de algún estado-- a la inoperancia del BCE. Es cierto que Jean-Claude Trichet, digámoslo en su desagravio, segundo presidente de la institución, fraguó varias contribuciones importantes para sofrenar el impacto del puñetazo del racionamiento del crédito interbancario. El BCE fue el primer banco central en intervenir masivamente –desde el 9 agosto 2007-- entendiendo la necesidad de liquidez del sistema bancario europeo. También amplió la gama de los títulos aceptados en garantía. Pero el gradualismo en la política monetaria fue demasiado morigerado frente a la amplitud y profundidad del problema. De hecho, el BCE, cuando la crisis financiera ya arrasaba visiblemente la economía real, mantuvo desde diciembre 2008 los tipos de interés en el 2,5% hasta abril 2009 que los bajó al 1% -ahora están en el 1,5% y probablemente suban en lo que queda de año- mientras la FED los colocaba cerca del 0% .

Lo que más desmoraliza, no obstante, es que habiendo desbordado la crisis real a la deuda pública el BCE es incapaz de romper el círculo perverso que la autoalimenta. La deuda pública (como la captación de pasivo de algunos bancos con las "supercuentas") ha entrado en una dinámica --cuyo esquema no es muy distinto del ideado por Ponzzi, genial estafador-- que ningún estado que la padezca puede romper sin manipulación exógena.

La pirámide de Ponzzi funciona mientras las entradas de fondos aumentan más rápidamente que los intereses prometidos a los prestamistas –en constante progresión-- pero en cuanto se invierte esta situación el tinglado del chiringuito se derrumba. Con la deuda pública sucede algo parecido. Simplificando, el aumento de los rendimientos a pagar por las emisiones de deuda, prima de riesgo incluida, lastra la capacidad de crecimiento de la economía –y paralelamente las entradas fiscales-- estimulando un déficit que a su vez impulsa nuevas emisiones que al elevar más aún la prima de riesgo afecta al crecimiento. Este círculo perverso, que amenaza gravemente a España, carece de mecanismos endógenos virtuosos que lo frenen. Y si el BCE no es capaz de romper de forma exógena esta dinámica ¿para qué sirve entonces, para mantener la estabilidad de precios al consumo? Eso es como controlar la fiebre dejando dentro la infección.