En consonancia con las anticipaciones de prácticamente todos los analistas y operadores del mercado de cambios, el Banco Central Europeo (BCE) elevó –por unanimidad, que conste– un 0,25% el tipo básico de interés situándolo en 1,5%. La verdad, no es demasiado aumento en términos absolutos, pero una enormidad si se compara con los tipos vigentes en EE UU (0,25%), Inglaterra (0,5%) o Japón (0%). Asimismo, es destacable que esta subida casi no haya tenido incidencia en el tipo de cambio respecto al dólar ni en la bolsa ni en la deuda ¿Cómo es posible, con la que está cayendo? En corto y por derecho, la respuesta es muy simple: el comportamiento del BCE es perfectamente previsible. Y dado que es previsible las posiciones se toman "antes": cuando el BCE anuncia su decisión hace tiempo que los efectos han sido descontados por mercados y agentes.

En un artículo que publiqué en este periódico (14/11/2010 "Por qué el Banco Central Europeo parece ignorar la guerra de divisas") en binomio con Guillermo de la Dehesa –uno de los mejores macroeconomistas aplicados de Europa– explicábamos minuciosamente que el BCE no está mandatado para actuar en el mercado cambiario con el fin de manipular a la baja la paridad con otras divisas. El Tratado de la Unión Europea es muy explícito y claro, no deja resquicio para que aflore la duda en cuanto a su interpretación (art. 105.1): "El objetivo principal del Sistema Europeo de Bancos Centrales (SEBC) es mantener la estabilidad de precios". Con esta restricción, cualquier referencia del Tratado al tipo de cambio, al empleo, a la inversión, al mercado hipotecario al consumo o al coste de la deuda quedará definitivamente supeditada al mantenimiento de la "estabilidad de precios". El consejo de gobernadores del BCE definió en su momento la estabilidad de precios como una "progresión anual del Índice de Precios de Consumo Armonizado (IPCA) inferior pero cercano al 2%"

Debe quedar claro: de ahí no hay quien mueva al BCE pase lo que pase con la balanza comercial de la zona euro, con el empleo o con el coste de las hipotecas. A esta política económica se le llama "desinflación competitiva" y ha sido impuesta por Alemania como condición para dejar el marco e integrarse en el euro. Empero, la desinflación competitiva puede acordarse perfectamente con la estructura económica alemana, pero no tanto con la española y menos aun en este momento.

Sin embargo, al FED –que en EE UU juega un papel similar al BCE en Europa– por ley se le asigna (Federal Reserve Act/ 1978) "el pleno empleo, la estabilidad de precios y la moderación de los tipos de interés de largo plazo" como objetivos a alcanzar. En este sentido, el FED no adolece de un imperativo incuestionable como en el caso europeo –la estabilidad de precios– sino se le confía un mandato dual con objetivos diversos, sin jerarquizar, situados en el mismo plano de urgencia económica.

Abundando en la cuestión, recuerdo cuando los eurointegristas sacaban pecho señalando con el dedo los "altos" tipos de interés británicos (4% en marzo de 2004 frente al 2% de la eurozona) como prueba irrefutable de las virtudes de la moneda única. La falacia era fácil de desmontar, pero no hubo manera de convencerlos de la atinada política monetaria inglesa respecto a la del BCE y así estamos hoy: tipo básico del euro 1,5% y de la libra 0,5%. Porque, si bien se mira, el Banco de Inglaterra, posee una enorme ventaja de anticipación respecto al BCE, que tiene como principal pilar de política monetaria el control del agregado M3. Más o menos como en EE UU, el Banco de Inglaterra debe atender a la estabilidad de precios y al empleo. Por tanto, dado el dinamismo del consumo privado, de la burbuja inmobiliaria y del empleo que debía encarar en esa época –incompatibles con el objetivo de inflación– la autoridad monetaria inglesa aumentó los tipos de interés mientras el BCE los bajaba, tensionando la libra al alza, pero... con el paro ya vencido (en marzo 2004, 3% de paro en Inglaterra, frente al 8% en la UE15 y 9% en la eurozona).

Idealmente, cualquier país debe tener el tipo de cambio en consonancia con su competitividad relativa respecto a sus principales clientes y proveedores. Y puesto que es así, ateniéndonos a los criterios de competitividad real establecidos por la ciencia económica, España es uno de los países menos competitivo de Europa. Dichos criterios son: a) tasa de inflación igual o inferior a la de los principales competidores; b) equilibrio cíclico de la balanza comercial (con la excepción de EE UU por causas bien conocidas); c) pleno empleo. En este sentido, si definimos el tipo de cambio de equilibrio como aquel que es compatible con el sendero de crecimiento de pleno empleo, que no provoque una inflación superior a la que se tome como objetivo, y con el equilibrio comercial exterior, debemos concluir que el tipo de cambio euro/peseta virtual sobrevalora nuestra divisa el 40%. El efecto que el euro ha tenido sobre la balanza comercial española es tan negativo que su impacto desde que España tiene un tipo de cambio prácticamente fijo, esto es, desde 1996, ha sido de al menos 25 puntos porcentuales acumulados respecto al PIB.

Ahora bien, es cierto que con un tipo de cambio deslizante a la baja el poder adquisitivo se deteriorará, en confirmación del teorema de Balassa-Samuelson, pero, en compensación, la tendencia al pleno empleo hará que, finalmente, los salarios recuperen una tónica adaptada a la productividad real del país.

En EE UU, el FED considera, con buen criterio, que si los precios al consumo suben, habida cuenta de tipos de interés bajos, no hay que echarse a temblar mientras el diferencial productividad horaria/costes unitarios juegue a favor de la primera. No cabe duda que este pragmatismo viene, sencillamente, de utilizar la ciencia económica con discernimiento, sin dogmatismo teutónico. También es cierto que en EE UU prevalece el interés general de la federación y en Europa, económicamente, manda Alemania.

Conclusión: salimos del euro, o echamos a Alemania o, como mal menor, cambiamos el artículo 105.1 del Tratado de la Unión Europea.