Pocos se atreven a decirlo porque en esta época de globalización las consideraciones relacionadas directa o indirectamente con las preferencias individuales por el consumo de productos nacionales suenan retrógradas aunque, si bien se mira, una causa profunda de la crisis económica española es muy simple: en España consumimos demasiados productos extranjeros en relación a los nacionales. Empero, hablar de productos puramente extranjeros o nacionales no es fácil dado que tanto los unos como los otros integran inputs de procedencias tan diversas que crean difíciles problemas de contabilización conocidos en econometría como "white noise"/"ruido blanco". Aun así, la balanza comercial constituye un documento ampliamente ilustrativo de la contribución del comercio exterior al crecimiento de un país. En el nuestro, hemos tenido la balanza comercial, hasta que la crisis puso freno al consumo y a la inversión –disminuyendo drásticamente las importaciones– más deficitaria del mundo en términos relativos –esto es, por cabeza– y asimismo la más deficitaria del mundo en términos absolutos, más profunda incluso que la de EE UU, si a las exportaciones directamente norteamericanas se le suman las ventas de sus empresas con establecimientos en el extranjero. Ese déficit comercial lo hemos financiado parcialmente gracias al endeudamiento barato –los tipos de interés del BCE eran inferiores a las tasas de inflación españolas– y ahora hay que pagarlo. Debe quedar muy claro: los excesos consumistas españoles despilfarrados en importaciones han arruinado al país.

No obstante, parte de las importaciones –verbigracia, los bienes de equipo o la energía y materias primas– son imprescindibles para el crecimiento nacional. Pero no es así en el caso de otros productos que España es capaz de fabricar bien y a precios razonables que sin embargo seguimos importando a veces por puro esnobismo, por efectos moda, por la pérdida del respecto a la nación en todos los ámbitos o por individualismo insolidario. Si en los años de bonanza los españoles hubiéramos equilibrado la balanza comercial –mostrando preferencia por el consumo de bienes y servicios de fabricación nacional– nuestras tasas de crecimiento habrían rondado entre 5%-7%. Un ejemplo, pero no el único, especialmente pertinente en Vigo, es el del sector de producción de vehículos y automoción: la compra de un coche de fabricación nacional tiene un impacto benéfico equivalente aproximadamente a seis meses de empleo de un trabajador.

En este sentido, las alentadoras noticias concernientes a la automoción gallega –que ha sido capaz de hacerse con el 60% de la carga de trabajo del próximo lanzamiento de dos vehículos para países emergentes que fabricará PSA Peugeot-Citroën– no puede ocultar el desplome del sector. Empezando por la propia planta de Vigo que en 2007 fabricó 547.000 unidades y cuyas previsiones para 2011 se sitúan en torno a 374.000. Lo cual confirma la tendencia general a la baja de la producción de automóviles en España. En 2011 será inferior a las 900.000 unidades, la mitad de lo que se producía en 2006 ó 2007. Por supuesto, parte de esa producción corresponderá a matriculaciones en España y parte se exportará. Pero ¿cuál es el balance neto en términos de impacto para el crecimiento de la economía española? Pues bien, el sector del automóvil y de la automoción en España, si contabilizamos la importación de componentes y automóviles terminados junto con las exportaciones, es claramente negativo en términos de crecimiento macroeconómico. Ello no quiere decir que no siga siendo importante que sí lo es –sin ir más lejos, la distribución y concesionarios de vehículos en España representa más del 3 % del PIB y emplea a 150.000 personas– pero ya no permite crecer, todo lo contrario, habida cuenta que su impacto en la balanza comercial punciona el crecimiento neto de la economía española.

¿Cómo hemos podido llegar a este estado de cosas? Claramente, debido a la preferencia que han mostrado los españoles, y no solo respecto a los automóviles, por los bienes y servicios de producción extranjera. De hecho, si aún tenemos una industria de vehículos es porque exportamos parte de la producción y somos el primer fabricante europeo de vehículos industriales. Las preferencias nacionales quedan evidenciadas con los siguientes datos. Solo el 40% de los alemanes compraría un coche fabricado en Polonia o Rusia (25% si se fabrica en Marruecos) mientras que casi el 70% de los españoles los comprarían si tuvieran ese origen (45% si se fabrica en Marruecos). Pero mucho más reveladoras aún son las siguientes cifras. En 2010 hemos retrocedido al mismo número de matriculaciones que en 1990 (en torno a 1.400.000) alcanzándose un máximo de 2.364.656 –todo tipo de vehículos incluidos– en 2007. Ahora bien, la diferencia crucial entre 1990 y 2010 es que en 1990 el 60% de los vehículos matriculados era de fabricación nacional y solo el 40% importados mientras que en 2010 casi el 80% de los vehículos que se matriculan son importados y solo el 20% es de fabricación nacional. En esas cifras se sintetiza la historia del vigente desastre de la economía española: ha habido consumidores que han pedido créditos a diez años para adquirir coches de gama alta extranjera. Ocurre que no solamente el sector del automóvil contribuye negativamente al crecimiento español sino cualquier otro sector en el que los consumidores muestren preferencia por los productos de importación que no se destinen a aumentar la competitividad de la economía.

Visto el problema desde el punto de vista de la ciencia económica es fácil enlazarlo, si bien indirectamente, con el "problema del polizón o el escaqueado" ("free rider"). En general, los consumidores españoles prefieren una economía boyante, con mucho crecimiento, poco paro, las industrias funcionando a pleno rendimiento y una balanza comercial excedentaria y sin embargo con su comportamiento, algunos de ellos, coadyuvan a lo contrario. Y es que el consumidor épsilon considera que en última instancia sus decisiones de consumo solo afectan marginalmente el resultado global. Pero cuando muchos consumidores aplican ese razonamiento están generando desexternalidades perversas que afectan a todos.

Sucede que, es bien fácil de entender pero no tanto de asumir en la práctica, si queremos ayudar a la economía nacional deberíamos comprar productos nacionales. Porque de la misma forma que en las cajetillas de cigarrillos nos advierten que "fumar puede matar" conviene saber que "las importaciones nos arruinan". No hay que llegar tan lejos como para inscribirlo en las botellas de whiskey o en los billetes para Cancún, no, pero al menos hay que saberlo.