De un amigo mío, cuando yo era pequeño, se decía que tenía anitis. Dado que estaba muy apegado a su hermana mayor, de nombre Ana, siempre supuse que era un modo de ironizar sobre aquella dependencia afectiva (de mí se decía en aquella época que tenía mamitis porque estaba muy mimado por mi madre). No fue sino muy de mayor cuando averigüé que anitis quería decir inflamación del ano. El descubrimiento me dejó perplejo. Fue como una caída del caballo, una más, pues no he hecho otra cosa en mi vida que caerme. En mi tumba se podría poner como epitafio: Su existencia fue un malentendido. Quiere decirse que no albergo esperanza alguna de corregirme. Todos los días descubro con asombro que no es el Sol el que da vueltas alrededor de la Tierra, o que no son mis ojos los que iluminan los objetos, sino al revés. ¡Pobre amigo mío! ¡Inflamación del culo!

Leo en el periódico que el PSE exige a ETA que utilice la palabra "inexorable" para referirse a su abandono de la lucha armada. De pequeño, confundía inexorable con inoxidable, de modo que estaba convencido de que teníamos una olla exprés de acero inexorable. El asunto me sonaba muy bien hasta que busqué en el diccionario la palabra, cuya definición decía así: "Que no se compadece o no se deja convencer por ruegos". De modo que teníamos una olla exprés que no tenía piedad ni se dejaba convencer por más que la imploraras. Empecé a mirar aquel raro objeto con miedo y a comer con pánico los productos que salían de sus entrañas, especialmente el cocido, que siempre me pareció una comida inflexible, dura de corazón, antipática. Tenía una aversión tremenda a los garbanzos y a la carne de morcillo y al tocino. Y sabía por qué: porque el útero en el que se formaba aquel guiso repugnante era un útero inexorable.

Admiraba a mi madre por tratar con aquella familiaridad a una olla tan cruel, de la que yo prefería permanecer alejado. No me extrañó, pues, que la vecina de enfrente perdiera un ojo manipulando la válvula de su puchero a presión. Lo raro era no perder la vida. Ahora ya distingo, creo, lo inexorable de lo inoxidable y la inflamación del ano de la excesiva dependencia de Ana, pero sigo sin saber si se dice vicisitud o visicitud.