Una de las características principales de las llamadas "leyes antipáticas" es que, por serlo, apenas dejan hueco para la reflexión sobre sus bondades, y una buena parte de la sociedad las rechaza nada más aprobarse. La normativa antitabaco es una de ellas, no tanto porque suscite masiva oposición a lo que pretende cuanto que se ha planteado de forma inadecuada, al decir de muchos.

A partir de ahí, y quizá por lo que Murphy estableció sobre los males -que lo susceptible de empeorar, empeora-, la ministra de Sanidad ha ampliado la prohibición de fumar y eliminado los ghettos en los que hasta ahora podían practicar su costumbre -que otros llaman vicio- los amantes del tabaco. Aduce, la señora Jiménez, razones de salud pública, como su predecesora doña Elena Salgado, pero le va a resultar más difícil de justificar, salvo que apele al ejemplo europeo.

La razón de esa dificultad es sencilla: si la prohibición pretende amparar el derecho a la salud de los llamados fumadores pasivos, la norma que ahora se amplía era suficiente. Sobre todo porque reservaba para fumadores espacios acotados e identificados a los que sólo tenían acceso quienes pretendían el cigarrillo: ahora se diría que la ministra quiere incluso proteger a estos de sí mismos, y eso parece demasiado.

Planteada de ese modo, la cuestión no es ya un debate entre derechos del mismo rango para ver cuál prevalece -el de muchos a no ser perjudicados o el de perjudicarse uno solo-, sino la pugna entre el que tiene cada cual a hacer con su propio cuerpo lo que quiera y el de la Administración a prohibírselo. Este gobierno le da respuesta diferente a ese supuesto, según convenga a sus propósitos políticos, y eso tampoco resulta razonable.

En la polémica entran más factores -de tipo económico y social sobre todo- en los que hay argumentos serios que avalan la disconformidad de determinados colectivos, por ejemplo el de los empresarios, a los que se perjudica por el criterio veleta del Gobierno. Y aunque es cierta la réplica -lo de que en Europa ya se hace lo que aquí-, queda un mal sabor de boca, para muchos -peor aún que el del tabaco- al ver cómo se cambia la Ley sin que se atienda la razón de los que discrepan.

Debieran tener cuidado, los que así actúan, con las antipatías que despiertan, porque al final, además de la salud, se habla de libertades, Y todas ellas son palabras mayores.

¿O no...?