Por conveniencia, por evitar remordimientos o por lo que fuese, el caso es que muchas veces en mi vida he pensado que si un hombre toma una mala decisión, se tranquilizará mucho al suponer que la alternativa habría sido tomar una decisión peor. Ya sé que se trata de una actitud interesada, pero no hay nada escrito sobre que la de la cobardía no sea con frecuencia una decisión inteligente. Si alguien pide auxilio por haberse caído al agua y temes perder la vida al intentar salvarlo, nadie podrá reprocharte que reces para que el desdichado se vaya al fondo cuanto antes, aunque sólo sea para que a tu conciencia le resulte más fácil olvidar sus gritos. Cuando se trata de sobrevivir, muchacho, la cobardía es un sentimiento tan noble como cualquier otro, sobre todo si piensas, como pienso yo, que un hombre sólo está obligado a jugarse el pellejo en el caso de que dependa de ello salvar su propia vida. Sólo son valientes los idiotas, los irresponsables y los creyentes. La naturaleza nos dotó de la inteligencia que necesitamos para librarnos de hacerle los recados en el zoo a los gorilas. ¿Acaso crees que si se invirtiesen los papeles durante la montería haría el cazador al cobrar las piezas la mitad de los esfuerzos que por lo general hace su perro? Por moverme durante tantos años en los peores lugares de la ciudad, entre la gente menos recomendable, me vi muchas veces en situaciones delicadas de las que si salí bien librado fue gracias a que alguien me había dejado bien claro que en cualquier pelea no hay un golpe más demoledor que el del dinero. Mi integridad me costó muchas veces la mitad del sueldo, pero no me arrepiento de ello. En el arroyo todo el mundo sabe que el punto flaco de cualquier hombre peligroso no es su dignidad, sino su bolsillo. El tipo que te mete el miedo en el cuerpo sabe que tu cara vale para ti más que todo el dinero que lleves en ese momento encima. Si ese tipo supiese que acabaste las reservas y estás tieso, no perderá el tiempo en provocarte, entre otras razones, porque es un criminal, no un idiota. Un mendigo puede sobrevivir de madrugada en las peores circunstancias y amanecer sin un rasguño, igual que el viento que aviva el incendio sale caliente, pero ileso, por el otro lado del fuego. El mendigo no siempre es un cobarde, pero es en cualquier caso un estoico, ya sabes, esa resistente variedad de la resignación. Como no tienen dinero, los protege la mierda. Ni siquiera el fuego puede siempre con ellos, probablemente porque la verdadera miseria es a menudo una extraña madera que arde mal. Un veterano delincuente destruido por su adicción a la heroína me dijo una madrugada en los andenes del ferrocarril que la miseria se vuelve peligrosa cuando por culpa de un vicio interfiere en ella el crimen. Ese era precisamente el caso de aquel tipo. Había metido en las venas varios millones de pesetas y atracaba farmacias, bancos o a simples transeúntes porque por culpa del jodido "caballo" la pobreza se le había convertido en un trabajo al que no podía faltar un solo día. Si aquel tipo fuese rico, lo suyo sería una mala costumbre, tal vez un vicio, pero como vivía a la que saltase, resulta que era un yonqui, un puto yonqui, uno de aquellos tipos de los años ochenta por cuyas venas corrían, secos como el yute, los cordones crucificados de sus zapatos. El "puto yonqui" había sido un tema siempre triste y apasionante para mi trabajo en el periódico hasta que la convivencia nos convirtió en amigos. Fue entonces cuando me hizo ver la diferencia entre la resignación y el aplomo, entre la sensatez y la cobardía. Me dijo: "Verás, no puedo andar buscándote de madrugada por ahí, así que una vez por semana te espero por la noche en la puerta del periódico y te dejas atracar. Rutina, ¿comprendes?, simple rutina. Nada de amenazas, gritos o peligros. No tenemos por qué sentirnos mal. Lo nuestro será un delito pactado, una inteligente putada con guión. De ese modo ni yo tendré que preocuparme de huir, ni tú te verás en el brete de resistirte. Somos adultos, ¿no?. Tenemos dos dedos de frente, ¿vale? Pues eso: una noche cada semana, en la puerta del periódico, ya sabes, sin fallar. No te sentirás mal. Gracias a que nos entendemos bien, ni yo seré un criminal, ni tú una víctima. Y por si se sirve de algo, te diré que para mi jamás serás un cobarde, sino un filántropo".

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