El sumario del caso Gürtel no sólo ha aportado ingredientes para todos los públicos –un cóctel de Vogue y REC que ha otorgado un respiro a la crisis económica–, también ha desmentido el tópico que desprecia por aburrida la prosa judicial. Entre los abundantes delitos de que serán inculpados los integrantes de la trama, nadie incluirá el servilismo hacia sus teóricos clientes conservadores. Adoptan una posición dominante, hablan de excelentísimos servidores del Estado como si los esclavizaran con sus manejos. Los gerentes de la estructura corrupta arrastran por el suelo la dignidad del Molt Honorable Camps, al asignarle el tratamiento que la mayoría de aficionados futbolísticos reserva para los árbitros. Al margen del código penal, el escándalo obliga a plantearse quién mandaba realmente en el PP.

El tono despectivo no se limita a las conversaciones entre los ejecutivos de la trama. La arrogancia se propaga a sus declaraciones judiciales, donde se esfuerzan por hacer equilibrios entre la inocencia que pregonan y su índole jactanciosa de matasietes. Ante el juez, acaban por declararse imprescindibles para los dirigentes del PP, que les solicitan incluso las fotos con Obama. Cuando se señala que a Rajoy le costará recuperarse del mazazo de Gürtel, se debe añadir a su calvario el daño moral que le reportará el escaso crédito que merece a los hombres de Correa. Ni ellos mismos confiaban en el político conservador como presidente del Gobierno, y así lo especifican en la conversación en la que vaticinan La Moncloa para Ricardo Costa. Es de suponer que esta elevación reportaría pingües beneficios a la trama.

El anuncio del nuevo presidente del Gobierno en labios de El Bigotes debiera sonar a chirigota, si no viniera avalado por la pujanza de la trama en el seno del PP. Con este matiz, el afecto caprichoso se transforma en diagnóstico. De los cobros masivos al esbozo teórico del futuro del partido, no podrá alegarse que la banda de Correa obraba por resentimiento, dados los extraordinarios réditos que obtuvieron en las comunidades populares bajo la presidencia estatal de Rajoy. Aunque la procedencia del menosprecio se constituye en bálsamo para su abollado liderazgo, ni siquiera los representantes más retorcidos de una institución cuestionarían a un presidente indiscutible. Esperanza Aguirre también ha aprovechado el sumario para dejar en evidencia a su teórico superior, como viene haciendo desde que se desplomó el helicóptero en que ambos viajaban.

Berlusconi reclama la jerarquía de primus supra pares respecto de sus conciudadanos. Rajoy no aspira a esta condición ni entre sus correligionarios. Aceptaría de buen grado la categoría de primus inter pares en el PP, aunque la jungla donde se desenvuelven con soltura sus líderes regionales lo reduce a un primus infra pares. El jefe de la oposición atiende a Schopenhauer, también él se proclama liberado "del impertinente impulso de la voluntad". Cuesta conciliar esa pasividad con la convulsa labor de gobierno a la que aspira a lomos de la "indiferencia".

Al margen de confirmar que la desconfianza hacia el liderazgo de Rajoy se extiende a los vértices más insospechados del PP, la crónica judicial del caso Gürtel no ofrece demasiadas sorpresas. En obediencia del dictamen de que una imagen vale más que mil palabras, el sumario es el desarrollo en 17 mil folios de la fina estampa de Francisco Correa en la boda escurialense de los Aznar/Agag. La fotografía en cuestión domina las portadas de la prensa española desde febrero. Ahora se confirma simplemente que todas las inquietudes que suscitaba aquella imagen estaban sobradamente justificadas.

En contra del clisé de los abusos periodísticos, la prensa fue tan dócil con la escandalosa boda como con la presencia en la misma de un importante retén de Correa y sus socios, en papeles testificales y de padrinazgo. Frente a la liquidación de la pureza del aznarismo, la única estrategia de Rajoy consistió en aguardar durante ocho meses a que amainara. Sin embargo, el caso Gürtel es más pegajoso que el marcaje de Chico a Xavi en el Barça-Almería. Mientras se sustancian las hipótesis de los autos judiciales de Baltasar Garzón, el magistrado de la Audiencia Nacional se halla imputado por prevaricación ante el Tribunal Supremo. Por otro asunto, aunque tan conectado como Gürtel a la memoria histórica.