Dos son, a mi entender, las claves de la urgente acción que tanto la sociedad como el Gobierno deben emprender para poner remedio a la crisis que una parte importante de nuestra juventud padece.

Las sucesivas noticias que nos llegan sobre la violencia juvenil, que en sus casos extremos llegan al crimen despiadado, no son los únicos signos de alarma, aunque sí los más estremecedores.

Por debajo de estos terribles sucesos se encuentra un enrarecido entramado de comportamientos cotidianos, que hasta la fecha han sido contemplados con una cierta indiferencia, sin que se hayan tomado las necesarias medidas disuasorias que tales comportamientos reclaman.

Me refiero a la violencia en baja escala en las escuelas, los ataques a los maestros y profesores, los incontrolables botellones, el consumo desmedido de alcohol, cuando no de las llamadas "drogas blandas" en las discotecas.

Las dos claves a las que me refiero son la recuperación de la autoridad y de los valores. Producto de una errónea concepción de la "libertad" y de la "dignidad" de los jóvenes, durante los últimos años se ha ido produciendo en la escuela y en la familia un progresivo desentendimiento en la formación de nuestros futuros ciudadanos.

En el ámbito de la familia sin duda influye la circunstancia de que cuando ambos padres trabajan su tiempo de convivencia familiar se deteriore. Apenas disponen de reposo necesario para estrechar vínculos con los hijos y menos aún para trasmitirles los valores necesarios para insertarse adecuadamente en la sociedad. Por otra parte todavía hay padres formados en la generación del 68 que malinterpretan los modelos de responsabilidad y exigencia que necesitan los jóvenes.

En cuanto a la escuela, los cambios y alteraciones de las leyes sobre la Educación han terminado pro sembrar la confusión y traído como consecuencia el debilitamiento de la autoridad de maestros y profesores.

No ha estado desacertada la propuesta de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre al anunciar un proyecto de Lay de Autoridad del Profesor. Todos conocemos casos del padecimiento diario de nuestros enseñantes, llevados en sus extremos a la solicitud de jubilaciones adelantadas e incluso el suicidio.

Se impone la recuperación de la autoridad, la disciplina y el rescate de los valores. Reconozcamos que los modelos sociales que se ofrecen a nuestros jóvenes no son precisamente los de esfuerzo y la autoestima basada en el trabajo bien hecho.

El bochornoso ejemplo de los "famosos" que transmiten programas televisivos a todas horas, el del éxito a toda costa, el culto a la violencia y la tolerancia disimulada de la Sociedad hacia otras conducta erráticas de los jóvenes inciden en el mal. Y a todo ello hay que poner remedio urgente e inexcusable.