A propósito de algo que yo escribí hace días sobre la evolución del protocolo en las tomas de posesión de los presidentes de la Xunta de Galicia (seis mil gaiteros, sesenta gaiteros, un solo gaitero, una sola voz cantando el himno nacional, un rapsoda, etc.), un amable lector me pide opinión sobre la decoración del despacho del último conselleiro de la Presidencia del bigobierno del bipartito, señor Méndez Romeu. Él vio las fotos en un periódico que las publicó con el mismo ánimo escandaloso (así lo interpreta) de quien desvela la cámara de los horrores nazis, el cubil donde Jack el Destripador almacenaba los restos de sus desgraciadas víctimas o una de esas asfixiantes cárceles del pueblo en las que algunos iluminados de la revolución siempre pendiente recluyen a sus presos. No es para tanto.

Yo he visto también el reportaje gráfico, y aunque salta a la vista la malicia de quienes autorizaron su publicación, en realidad se trata de poner de relieve cuál es el complicado proceso mental por el que un político que va a transitar provisionalmente por un cargo intenta convertir el austero despacho de una sede administrativa en la réplica hortera de un monasterio budista. Eso sí, con toques de minimalismo decorativo, en un conjunto que el periódico (aún no sé muy bien por qué) define como “estilo zen”. O vagamente “zen”, porque la traducción al terreno de la moda de conceptos religiosos o filosóficos nunca pasa de un nominalismo oportunista.

Decir “estilo zen” para referirse a un mobiliario de líneas sencillas y colores discretos tiene el mismo valor que llamarle “estilo Termas de Caracalla” a un cierto desaliño indumentario, ensabanado y con sandalias, como de quien va de la cama al baño cubriéndose con la ropa de cama, a falta de echarse encima una bata. El zen propiamente dicho es un movimiento budista que floreció en Japón a partir del siglo XII y fue una de las tantas adaptaciones del pensamiento de Siddarta Gautama, aquél que alcanzó la iluminación bajo un árbol, del que sabemos con toda certeza que no era un eucalipto. El budismo fue largamente perseguido por el Islam, por los cristianos y por los comunistas, pero desde la segunda mitad del siglo XIX ha encontrado una gran simpatía en Occidente, donde el filósofo Arthur Schopenhauer ha contribuido a su propagación de forma importante.

Pero el estilo del despacho del señor Méndez Romeu no tiene nada que ver con todo eso. Más bien se trata de una línea decorativa parecida a la que impuso el señor Botín en las sedes del Banco Santander. En la oficina principal de la ciudad donde yo resido se sustituyó un patio central, revestido de mármol y metales dorados, en un estilo pretendidamente londinense de la City, por un espacio de estilo pretendidamente zen con cañas de bambú por todas partes, que aún tiene a los empleados sumidos en profundas meditaciones filosóficas sobre el sentido de la vida. De todas formas, en el reportaje fotográfico que ofrece el periódico me llama especialmente la atención una larguísima y estrecha mesa abarrotada de pequeñas butacas en los costados. ¿Se reunía allí tanta gente para debatir asuntos de trascendental importancia? ¿Influyó la decoración en propiciar un ambiente de serena reflexión sobre los problemas que nos aquejan? ¿Irá a parar el mobiliario al mismo almacén donde duermen los automóviles de marca Audi (por cierto, alemanes como Shopenhauer)? Quién lo sabe.