Pues la verdad es que, dicho sin la menor intención aduladora, hay que reconocerle al señor conselleiro de Traballo que, en estos días de malas noticias, haya aportado a Galicia una de las pocas, y probablemente la más destacada, de cuantas alegrías hay en la escasamente nutrida alacena del optimismo. Que eso es, y no otra cosa, el anuncio de un acuerdo por la competitividad entre Xunta, empresariado y dos de los tres sindicatos más nutridos de este viejo -y periférico, casi remoto- Reino.

Y no es cualquier cosa, conste: se refiere a uno de los aspectos de la actividad laboral más complejos -porque toca, y atañe, a múltiples elementos, desde el salarial hasta el de la organización del trabajo- y por lo tanto más difíciles de pactar. Hasta el punto, al decir de algunos observadores atentos, de que su búsqueda habría provocado la retirada de la la CIG, segunda fuerza sindical gallega, de las mesas que sobre el diálogo social desarrollan su tarea desde hace ya tres años, poco más o menos.

La trascendencia posible -para hacerla medible hay que esperar a ver cómo se aplica- del acuerdo es tanto mayor cuanto que la productividad es, hoy por hoy, imprescindible para hacer frente a otro desafío: el de la competitividad. Y como a su vez ésta es vital para el sistema económico gallego y por tanto para hacer posible su supervivencia primero y su progreso después, no parece necesario insistir mucho más en el mérito del acuerdo tripartito, el primero por cierto de este tipo que se ha dado en Galicia.

Hay aún otro dato que, en este punto, merece ser destacado: a pesar de que podrían haberlo hecho, ninguno de los agentes decisivos en la firma -la consellería que dirige don Ricardo Varela, la patronal y los sindicatos UGT y Comisiones- ha querido colgarse las medallas. Quizá porque saben que aún queda un largo camino y una difícil circunstancia para pasar de los dichos a los hechos, pero en cualquier caso en eso también demuestran prudencia, que -no se olvide- es la madre de la ciencia.

Llegados a este punto, y siempre desde una óptica constructiva, quizá convenga otro par de reflexiones. Una, para invitar a quienes pueden para que intenten reintegrar a la CIG al lugar que ocupó en el comienzo del proceso, y que estaba dentro y no fuera. Otra, para que nadie mezcle churras con merinas: el pacto por la productividad no es un remedio contra la crisis, aunque pueda ayudar a combatirla, sino algo ya previsto en el iter del diálogo social que el presiden te de la Xunta encargó al señor Varela .

Cumplido el objetivo, y aparte las medallas, es oportuno alegrarse: al fin y al cabo, ocasiones para ello no sobran.

¿Verdad...?