Se suele dibujar una imagen tan prosaica de los hombres de empresa que cuando uno de ellos recurre a la poesía nos deja sorprendidos. Juan Costa, si los que lo retratan como una lumbrera de los negocios no se equivocan tanto como con Manuel Pizarro, de ingrato olvido, es un gran economista, pero para reprochar el lunes pasado a Mariano Rajoy lo mal que lleva el timón del PP últimamente, y sugerirle que él lo podría hacer mejor, apeló a la falta de ilusión en el partido o a la incapacidad de Rajoy para despertarla. Me extrañó que lo hiciera, porque echo yo en falta en su biografía un poco de pasión política, de esa que no les falta siquiera a los tiburones que establecen tan estrecha relación entre política y empresa que acaban beneficiándose de esa relación. O que no entienden la política sin la sombra de la empresa, privada naturalmente. Ya sé que las biografías no ofrecen explícitamente el dato de la pasión, pero sí de un modo implícito, especialmente cuando se narran las distintas experiencias y la relación entre ellas. En todo caso, creo que el reclamo de la ilusión requiere pasión política. Pero verdad es que el mundo financiero nos tiene demostrado que no sólo de "ilusión también se vive", sino que la ilusión, como "imagen o representación sin verdadera realidad, sugerida por la imaginación o causada por engaño de los sentidos", es parte fundamental de todo buen negocio. No creo, sin embargo, que la ilusión que Costa le requería a Rajoy fuera la que describe esta acepción del término. Costa se refería, seguramente, a la ilusión como "esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo" o como viva complacencia en algo, en este caso concreto el Partido Popular. Había dado Costa, sin duda, un paso adelante. Al menos para quienes no entendemos por qué razones concretas persiguen a Rajoy los perseguidores de Rajoy. El joven ideólogo nos aclaraba al fin y al cabo que no le gusta el modo en que Rajoy administra los estados de ánimo. Y es que el ánimo de un cuerpo como el PP no es mera sugestión espiritual, o no sólo eso, sino pura tensión arterial, cuyas subidas y bajadas no son ajenas a los estados emocionales. Al parecer, Rajoy no ha mimado como debía o no ha mimado a los que debía, con lo que la tensión se ha disparado, entre otras la del propio Costa, que dejó un sustancioso salario para servir a su partido y se ha sentido injustamente relegado. Ignoro si Rajoy ha sido justo y acertado en sus mimos o en sus desdenes, pero lo que está claro es que si sigue siendo el mismo, como él mismo sostiene, y los principios del PP inalterables, como él mismo asegura, no es que no cree ilusión sino que la ilusión ha cambiado de caras. Porque la ilusión de los jerifaltes de un partido político, como la de los empresarios del fútbol, no es la ilusión de la afición, sino la de la cuenta corriente. Es decir, que quien se creyera el cuento del debate sobre las ideas, ya tendrá más claro lo que claro estaba: que el déficit de ilusión en un partido político lo genera la suerte de las personas, la oficina de empleo. Costa no trae en su magín más ilusión que Rajoy, sino una discutible ilusión para personas distintas de las que Rajoy mima ahora.