Todos hemos observado que el terremoto del interior de China ha desaparecido de las primeras páginas de los periódicos y que su resonancia ya no abre los telediarios. Claro, ello no significa que las consecuencias terribles del seísmo hayan desaparecido como por arte de magia.

Se trata del principio inapelable de la prensa de dar prioridad a la inmediatez de la noticia y dejar a las publicaciones especializadas el desarrollo posterior y cotidiano de sucesos de esa magnitud.

Sin embargo, este comprensible comportamiento de la prensa no debe actuar en nuestras conciencias como un paliativo para amortiguar nuestro compromiso personal de solidaridad con los pueblos que sufren catástrofes similares o de otras características.

En China, por ejemplo, además de los desastres materiales y humanos dejados por el terremoto, existe una realidad terrible, constatable en las inmensas zonas interiores de ese país. Recordemos que detrás de los fastos con que se viste China en estos momentos para celebrar los Juegos Olímpicos de la modernización que estrenan la exteriorización de sus riquezas, existen cientos de millones de campesinos que sobreviven al borde la miseria. Lo mismo podríamos afirmar de África, de Hispanoamérica y de otras regiones de Asia.

Al terremoto de China la actualidad exige ahora dar prioridad a la Cumbre de la ONU para la Agricultura y la Alimentación, que se celebra en Roma, y cuyo objetivo, una vez más, ha sido tratar de encontrar una respuesta a la crisis alimentaria que sufren casi mil millones de personas en el mundo.

Mucho me temo que ahora los acuerdos alcanzados deberán recorrer los complejos corredores de la burocracia de Naciones Unidas, antes de convertirse en resortes auténticos para mitigar el hambre.

Obstáculos como el aumento de los precios del petróleo y de los fertilizantes, el cambio climático o los biocombustibles que devoran el maíz y la caña de azúcar, los desastres naturales, son a la vista prácticamente incontrolables.

Quedan, no obstante algunas respuestas de los Estados, por ejemplo, poner fin al proteccionismo de los alimentos, incrementar la ayuda tecnológica para el desarrollo y favorecer las inversiones en las zonas deprimidas. Son medidas, sin duda, de cuantía menor que las anteriores, pero a corto y medio plazo, más afectivas.

En cualquier caso de ese Occidente nuestro, del suyo y del mío, los hambrientos aguardan por una respuesta.