Son muchos los proyectos, decisiones y actuaciones de Silvio Berlusconi, por no hablar de sus propias manifestaciones públicas, rayanas con frecuencia en lo obsceno, vulgares con facilidad y reaccionarias siempre, que permiten barruntar el imperio de un nuevo fascismo en Italia. Ahora, la persecución de la etnia gitana -"emergencia gitana" la llama cínicamente el Gobierno- recuerda inevitablemente otras históricas y muy desagradables persecuciones xenófobas y hace temer nuevas violaciones de los Derechos Humanos. Parece que los gitanos, a los que simplificando alegremente, como hacen todos los populistas y peligrosos demagogos, califican los berlusconianos de ladrones, asaltantes y raptores, son un motivo de alarma social. Pero no es pequeña la alarma que ha creado el gobierno, causante de un auténtico escándalo democrático. Hasta tal punto que el presidente de la República Italiana, Giorgio Napolitano, ha clamado por el respeto a la Constitución y a los valores democráticos en su país. Y la Iglesia, amiga de Berlusconi, ha pedido que se neutralicen los extremismos, tanto en la voz del cardenal Bagnano como en la del cardenal Poleto, de Turín. Supongo que tanto los cardenales como el presidente tratan de apagar el fuego extremista de la calle, pero harían bien en dirigirse a los que han aportado la gasolina para ese fuego: Berlusconi y los suyos. Se trata de uno de esos individuos que hacen méritos para ganarse el título de Peligro de la Humanidad, que es una etiqueta que merece ser creada y concedida a determinadas personas del mismo modo en que se consideran Patrimonio de la Humanidad algunos monumentos, ciudades o espacios naturales. Desde que ha vuelto al poder su espíritu recorre toda Italia. Más que un hombre, una biografía o una fortuna, es un espíritu. Y un espíritu no se fragua así como así; es la consecuencia de unos modos de comportarse y de pensar. Hay razones, pues, para temer a Berlusconi, pero puede llegar uno a temer también a los españoles que gracias a su amistad, o entre otras cosas por ella, alcanzan puestos relevantes en empresas nacionales privatizadas, le tienen como invitado en sus ceremonias familiares o son huéspedes suyos en sus barcos. Pero esperemos que todo eso sea pasado y que en la cúpula de los partidos políticos españoles, ahora mismo, Berlusconi no cuente con amigos notorios; supondría un alivio desde un punto de vista moral e ideológico. También es cierto que uno puede tener amigos con modos de pensar y actuar distintos a los propios, no faltaría más, pero cuando esos modos tienen repercusión negativa en la moral pública y en la actividad política el hombre público ha de responder también de sus afinidades y, en el mismo sentido, de sus complicidades. Se puede tener amigos en la cárcel y seguir estimándolos, aunque no todos los delitos merezcan la misma consideración. Pero es todavía peor tener amigos delincuentes, que es de lo que ha calificado Alfonso Guerra a Berlusconi, que no pisen la cárcel por burlar a la justicia. Cuidado con los amigos.