Cualquier mujer que conozca por propia experiencia el oficio sabe que hay pocos trabajos tan desagradables como el ejercicio de la prostitución. Saben, no obstante, que hay también pocos esfuerzos mejor retribuidos. Por eso las feministas radicales obtienen escasos resultado cuando pretenden la redención de las prostitutas. Y no es que choquen frontalmente con los intereses de las supuestas mafias, sino con la resistencia sincera de las interesadas. Cabe suponer la reacción de la fulana: "Gano 6.000 euros al mes echada en cama. ¿Sabe usted, señora feminista, de alguien que se deje redimir de su empleo en un oficio que le proporciona tanto dinero trabajando en una postura por otra parte tan cómoda?". En cuanto a lo que puede haber de cierto en el asunto de las mafias, quienes conozcan el ambiente saben perfectamente que se trata por lo general de una leyenda que sirve para darle realce periodístico a las esporádicos operativos policiales y a la demagogia de los políticos. Es cierto que un porcentaje nada despreciable de esas mujeres vienen a España después de haberse endeudado en sus países con personas que ayudan a colocarlas en los circuitos del alterne a sabiendas de que solo en ese oficio podrán obtener el dinero que van a necesitar para devolverle con creces la deuda al prestamista. Que eso sea cierto no significa en absoluto que las chicas vengan engañadas y que sólo al llegar a su destino descubren el sórdido horror al que conducía inexorablemente el dichoso préstamo. Es práctica frecuente que unas mujeres llamen por las otras, se trate de una vecina, de una amiga, incluso de su hermana o de su propia hija. ¿Les sugerirían semejante viaje si fuese cierto que les espera en España la cruel encerrona del crimen organizado? ¿Habrá en alguna parte una mujer extranjera lo bastante ingenua como para creer que en España se pueden ganar 6.000 euros al mes fregando escaleras o cambiándole los pañales a los pensionista enfermos de incontinencia urinaria? Todos hemos escuchado alguna vez que esta o aquella prostituta estarían dispuestas a dejar su oficio si se les ofreciese un trabajo digno. Pero, ¿a qué llaman ellas "un trabajo digno"? ¿A un empleo limpio y reglado que las convierta en decentes mileuristas? No seamos ahora nosotros los ingenuos. Mil euros es lo que se gastan mensualmente muchas de esas mujeres en tentar la suerte tachando de madrugada rutinariamente tres cartones a la vez en la sala del bingo. Tienen por costumbre hacerlo todo a lo grande. Las que tienen chulo, por lo general no solo no huyen de él, sino que procuran que sea el mejor vestido del burdel y el que disponga del coche más caro. El macarra es para ellas un signo exterior de riqueza y la obvia demostración de su capacidad profesional para generar dinero, el incontestable dividendo que acarrea su sostenida cotización en al arroyo, además de que también en este género el buen aspecto del agente supone la mejor publicidad del artista. A cambio, la chica recibe la protección de su chulo, que tiene con ella un pacto no escrito en virtud del cual estará dispuesto a jugarse la vida llegado el caso, nada infrecuente, de que sea necesario. Hay abundantes evidencias de malos tratos inferidos por el chulo a su chica, pero conviene no ignorar que suele tratarse de un "asunto interno" en el que conviene no meter las narices si no se quiere salir mal parado. Con un poco de razonable cinismo hasta cabría hablar de "violencia estructural" para entender la pelea de la puta y su chulo como algo asociado inevitablemente a sus primarios vínculos emocionales, igual que los zoólogos admiran la naturalidad con la que los ciervos se disputan a cornadas el apareamiento en la expresiva y alarmante crueldad de sus berreas. Tendrían que ser los policías nocturnos y no los sociólogos o las feministas quienes analizasen esa clase de relación. Sabríamos entonces que la dichosa mafia suele reducirse a la estresante vinculación de la puta y su macarra, un vínculo tenso y estrecho que sobrevive unas veces por amor, a menudo por costumbre, y otras veces, sencillamente, porque ambos tienen las manos agarradas al mismo y suculento botín. Así de cierto, así de terrible, así de inevitable también. Pero, ¡cuidado con meter las narices!. Quienes conozcan el ambiente saben, como sé yo, que en una pelea con su chulo lo que peor soporta una fulana es que meta la mano otro hombre. Y a menudo eso es así de cierto porque en un ambiente tan exigente, tan cruel y con tanto dinero en juego, en cualquier pelea entre la puta y su chulo no hay en general un solo golpe que la conveniencia no convierta al final en el fogoso comienzo de un abrazo, como en una rencilla matrimonial. ¿Será por eso por lo que uno de los eufemismos más poéticos de la jerga de la prostitución es llamarle "marido" al macarra?