La tensión entre Rusia y Ucrania se disparó ayer después de que el presidente ucraniano, Petró Poroshenko, ordenase poner en estado de máxima alerta de combate a las tropas desplegadas junto a la frontera de Crimea -anexionada por Rusia en marzo de 2014- y en la línea de demarcación con los rebeldes prorrusos de la cuenca del Donbass.

La orden de Poroshenko, que ha reforzado los contingentes militares fronterizos, culmina una escalada sin precedentes desde que en febrero de 2015 se firmaron los acuerdos de Minsk. El miércoles el deterioro alcanzó un punto crítico cuando el FSB (Servicio Federal de Seguridad ruso, antiguo KGB) denunció dos intentos de infiltración de comandos de inteligencia en Crimea para atentar contra "infraestructuras vitales".

"Fantasías"

Estas tentativas, calificadas de "fantasía" por Poroshenko, se habrían producido los pasados domingo y lunes, y se habrían saldado con la muerte de un agente del FSB y de un militar ruso.

El presidente ruso, Vladimir Putin, advirtió el miércoles a Kiev que su "peligroso juego" tendrá consecuencia, ya que la muerte de sus soldados "no quedará impune". Ayer, Moscú advirtió a Ucrania y sus aliados occidentales que "jugar con fuego no acaba bien". Por su parte, EE UU y la OTAN se alinearon incondicionalmente con Ucrania y acusaron a Rusia de no haber presentado ninguna prueba sobre las incursiones de la inteligencia ucraniana.

La semana pasada, la ONU ya alertó de una posible escalada en el escenario ucraniano, tras detectar un crecimiento récord del número de civiles muertos a consecuencia de choques militares. Esta tensión se vio agravada el pasado sábado con el fallido intento de asesinato del líder prorruso de la autoproclamada república de Lugansk, Ígor Plotnitski, en la cuenca del Donbass, que resultó herido. Moscú acusó a Kiev de apostar por el terror, mientras los dirigentes ucranianos denunciaron la resistencia rusa a cederles el control de la frontera con las regiones separatistas.