La lectura del libro de Carmen Iglesias, reeditado ahora, El pensamiento de Montesquieu (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), puede ayudarnos a comprender lo que pasa o a resignarnos. Cuando la autora dice que los problemas del ilustrado eran los nuestros, cómo articular el poder y la libertad aceptando que la condición humana tiende al abuso, y que hasta la virtud necesita límites, según escribía Montesquieu, piensa uno que la lectura de esta obra puede ayudarle a comprender mejor, por ejemplo, a Rodríguez Zapatero en Marruecos, callándose lo que no calló su colega francés - los problemas de la inmigración o el narcotráfico, por ejemplo - y elogiando la labor de Mohamed VI en favor de la democracia y las libertades que, como todos sabemos, es una labor real muy escasa de entusiasmo. Ya sabemos que no iba a ir allí el presidente español a aguarle la fiesta a Mohamed, y que con tal vecino hay que anteponer la prudencia a la sinceridad, pero la diplomacia y el optimismo de Zapatero pueden llegar a confundirse y, en todo caso, sean cuales sus obligaciones para tener que mostrarse optimista, incluso en los breves instantes en que no lo es, no quiere decir que quedemos convencidos de su retrato de Mohamed y, mucho menos, de los esfuerzos democráticos del monarca. Pero por si el presidente se excede en el optimismo hasta el punto de creerse sus propias ficciones diplomáticas, convendría quizá que cediera algún tiempo de sus relecturas de Borges a la lectura de Montesquieu, a quien Carmen Iglesias dice admirar, entre otras cosas, por su equilibrio entre el optimismo y el pesimismo, que es lo que, según ella, "le lleva a apostar por la condición humana, aunque sabe que no es ideal". Que es la apuesta a la que tendríamos que entregarnos para tragarnos discursos retóricos, como el de Zapatero en Marruecos, y aceptar su paripé, y a la que tendría que entregarse el propio Zapatero para moderar su optimismo.