En la moda que muestran pasarelas, revistas y periódicos nadie busca ropajes que le defiendan del frío o del calor -eso se supone, a veces indebidamente- sino prendas para lucir con el mayor atractivo posible. Los modistas conciben y exhiben sus trabajos imponiendo su birlibirloque: presentan la moda sobre modelos bellísimos todos del mismo y probado canon, puntito de índice de masa corporal arriba o abajo. La eficacia de la ropa no queda probada porque la llevan puesta chicos y chicas tan hermosos que no necesitan nada que les favorezca más. Mucha de la difusión que se les da es por la atinada sospecha de que espectadores y ojeadores miran aquello con el afán de ver más desnudos que vestidos. Seguros de sí, los modistas ponen el truco a la vista cuando mozos y zagalas salen con partes del cuerpo a la vista: un pecho al aire, las nalgas a la luz...

Cuando los modistas hacen anuncios directamente para las revistas la cosa va más allá porque publicitarios y estilistas coreografían fantasías en las que apenas importa la ropa que muestran sino dar un aire que pueda hacer que el lector o espectador se fije, se identifique, se conmueva. El anuncio de Dolce e Gabanna del que se pidió la retirada parecía tener una lectura inequívoca y degradante para las mujeres todas. Curioso, porque se movía en la ambigüedad de las sugerencias como las manchas del test de Rorschach a las que cada quien da un sentido y, a partir de ellas, el psicoterapeuta intenta ver lo que sucede en la mente del paciente. Pues no. En este caso no hubo dudas en imponer el significado, el gusto y pedir la retirada. No me gusta, que lo quiten. ¿Para todo y siempre?