Se sabía, se había comentado por unos y por otros en círculos políticos y económicos: Aznar no eligió a Rodrigo Rato como su sucesor y candidato a La Moncloa porque el entonces vicepresidente se opuso de manera clara y tajante a que el Gobierno decidiera la intervención de España en la guerra de Irak.

Sí, se sabía, pero nadie lo había contado con luz y taquígrafos. Ha sido Federico Trillo en un libro que acaba de publicar, Memoria de entreguerras, quien ha dado pelos y señales de lo que sucedió durante una reunión del gabinete de crisis del Gobierno presidido por Aznar y en la que Rodrigo Rato se jugó su futuro por decir en voz alta que el Gobierno cometería un error monumental si embarcaba a España en esa guerra.

Aznar nunca se lo perdonó a Rato y, aun sabiendo que éste era el mejor candidato que tenía el PP para presentar a las elecciones generales, le sacrificó. Le pudo más el rencor, le pudo más la soberbia de quien no soporta que le lleven la contraria que el considerar los intereses de su partido, y no digamos los del país que en ese momento clamaba contra la guerra.

Es difícil saber qué habría pasado si Rato hubiera sido el candidato, pero lo que es seguro es que José Luis Rodríguez Zapatero lo habría tenido mucho más difícil para ganar. Es más, después de tantísimos años como analista de la vida política española, me atrevo a decir que, si bien hoy Zapatero tiene todas las papeletas para obtener una mayoría absoluta en las próximas generales, porque el PP no da una y Rajoy no es buen candidato, si por el contrario Rodrigo Rato desembarcara en Madrid y los populares en un signo de inteligencia le propusieran como candidato, Zapatero no obtendría esa mayoría absoluta, y a lo mejor ni ganaba.

Pero no haré futurismos porque, a la postre, no conducen a nada. Lo cierto es que Memoria de Entreguerras de Federico Trillo está lleno de perlas como la de Rato. Bien es verdad que el libro es, entre otras cosas, un ajuste de cuentas. Trillo detalla su pesadilla a cuenta del accidente del Yakolev, y se exculpa de cualquier responsabilidad. Sacude con cierta saña a la izquierda, da detalles de la operación Perejil, pasa de puntillas sobre Aznar, es decir, no revela todo lo que de verdad opina del ex presidente, etc.

Desde luego, es un libro interesante, muy bien escrito, porque otra cosa no, pero Federico Trillo es un hombre culto e intelectualmente consistente. También es un libro ameno, de los que se leen de un tirón y cuando terminas tienes la impresión de que te sabe a poco, porque no es difícil intuir las muchas historias que se ha dejado en el tintero. Federico Trillo necesitaba escribir este libro para explicarse, para hacerse oír, para intentar quitarse parte de la carga que lleva encima a cuenta del desastre del Yakolev. Es una confesión pública que el ex ministro necesitaba hacer como si de un exorcismo se tratara.

Realmente es una pena que una carrera política como la de Trillo se haya visto truncada. Siempre he dicho que fue un estupendo presidente del Congreso, pero se equivocó, y puede que también le equivocaran, en el Ministerio de Defensa. La política es así y él lo sabe, porque cuando estaba en la oposición contribuyó a la caída de otros políticos y lo hizo sin piedad, la misma falta de piedad que ahora se queja de haber padecido a cuenta del Yak. En todo caso, ya digo que es un libro que merece la pena.