Que yo recuerde, las vacaciones del presidente del Gobierno han sido siempre objeto de comentarios más o menos críticos, más o menos jocosos: los bermoldos de Calvo-Sotelo, la primera estancia en Doñana de González, el chalé-porcelanosa de Aznar... Milagro hubiera sido que la estancia en el palacio canario de La Mareta de Rodríguez Zapatero y familia hubiera pasado en medio del silencio de comentaristas y tertulianos radiofónicos.

Y es que las vacaciones presidenciales, quiérase o no, tienen una cierta importancia política, por lo simbólico. Aunque, claro, la exageración y la demagogia parecen, en este terreno, inevitables. Hay vacaciones austeras, vacaciones ostentosas, vacaciones silenciosas, vacaciones exhibicionistas, vacaciones que desplazan a media Moncloa y otras que no lo hicieron.

Partamos de la base de que el presidente del Gobierno tiene derecho a un relajo agosteño tranquilo y seguro, lejos de indiscreciones y de posibles atentados locos, cosa que, digan lo que digan los demagogos, no se consigue en un apartamento de Benidorm -sí, acabo de leer un comentario abogando en favor de que el presidente pase las vacaciones como todo el mundo, "en Benidorm o Laredo"- ni paseando por la playa como uno más. Probablemente una de las cosas más penosas para un dirigente político sea el tener, incluso en vacaciones, que sobrellevar la vigilancia continua, la protectora mirada de los guardaespaldas a todas horas.

Entiendo que el jefe del Gobierno tiene los mismos derechos laborales que el resto de los españoles 'en plantilla'. Si un mes es lo que marca la normativa al uso en cuanto a vacaciones estivales, Zapatero, como antes Aznar, como antes González, como antes Calvo-Sotelo, como antes Suárez, es titular de ese mismo derecho. ¿Que la finca de La Mareta, en el paradisíaco Lanzarote, es gratis? Sí, como lo fueron Doñana, la finca soriana donde González pasó un caluroso veraneo o, sospecho, la casa-fortaleza menorquina donde Aznar pasó sus últimos veranos como presidente. ¿Puede el sueldo del presidente pagar toda la parafernalia de protección, comunicaciones y protocolo que exigen unas vacaciones así, en reclusión? Asómese usted a los Presupuestos Generales del Estado y comprobará que no.

El debate sobre el coste y la duración del veraneo presidencial tiene algo de muy pequeña política y, en boca de algunos predicadores, ribetes miserables. España, país de envidias y escasa tolerancia, no perdona el descanso de sus políticos -y es uno de los pocos puntos en los que exigimos algo a una clase política acostumbrada a gobernar para el pueblo pero muy poco con el pueblo, en el mejor de los casos-, pero se extasía ante el veraneo hortera de algunos famosillos de segunda división. O concede titulares a políticos de la serie B, que aprovechan el vacío noticioso para fotografiarse junto a una bicicleta o ante los floridos rosales de su casa campestre, pero cuyas declaraciones no aportan demasiado al debate nacional.

Y ahora hay quien critica al Príncipe por no participar en regatas en Mallorca, diciendo que va contra el turismo de la isla. Ya digo: el descanso del poder es la serpiente de verano de cada año. Pienso que mucho más debería preocuparnos lo que nuestros dirigentes, del orden que fuere, hacen cuando les toca trabajar. Descubriríamos que quizá fuese conveniente que a algunos les diesen asueto todo el año.

Prefiero, en todo caso, que los responsables de cosas tan serias como la unidad entre los españoles, la lucha contra el terrorismo, la política macroeconómica o las relaciones exteriores regresen bien descansados para reanudar sus tareas al servicio de todos nosotros, que tanto tiempo perdemos discutiendo acerca del tapizado nuevo de los sofás de La Mareta o las idas y venidas desde Marivent. Porque la verdad es que nos aguarda un otoño movido, y hay que asumirlo con ganas, piel tostada y mente renovada, que buena falta hace.