A. Nogueira

Aunque no es fácil conocer una ciudad en solo 24 horas, sí se pueden llegar a visitar sus lugares más icónicos. Para emprezar la ruta por Vigo se debe acudir al origen de la ciudad: el Casco Vello. Es una de las zonas más guiris pero a la vez más auténticas de la urbe. En sus empedrados corredores se puede visitar la concatedral de Santa María, más conocida como la Colegiata, de principios del siglo XIX; la Casa de Ceta, la edificación más antigua de la zona, pues data del siglo XV, que hoy es la sede del Instituto Camôes de Portugal; y la plaza de la Constitución, donde se encuentra la primera farola que dio luz eléctrica a la ciudad. Reúne un buen número de locales donde comer y beber en la calle de la Pescadería (o "calle de las Ostras") los famosos ostreros de Vigo ofrecen sus productos para degustar al instante.

Para continuar, lo mejor es salir a la plaza de la Princesa, donde se encuentra la fuente "del Angelote", que recuerda la expulsión de las tropas napoleónicas en 1809, lo que se conmemora cada 28 de marzo, con la fiesta de la Reconquista que este año se celebra el primer fin de semana de abril. Al otro lado, en la Puerta del Sol se erige el Sireno, del escultor gallego Francisco Leiro. La figura, que representa a un hombre pez, sigue siendo tema de debate por su singular belleza. Los cierto es que, instalada desde hace más de dos décadas, se ha convertido en un emblema de la ciudad.

Esta plaza es uno de los accesos a la calle del Príncipe, la milla de oro viguesa. Esta zona peatonal concentra, principalmente, comercios de ropa y calzado. Es de destacar la sede del Colegio de arquitectos de Galicia -que tiene su entrada principal en otra calle pero se puede ver desde aquí- por su moderna fachada.

Príncipe tiene en su extremo con la calle Urzáiz uno de sus monumentos centenarios y punto habitual de encuentro para los vigueses: la farola obra de Jenaro de la Fuente. Muy cerca también se ubica el Museo do Arte Contemporáneo (Marco), ubicado en el edificio que acogía antiguamente la cárcel.

La paralela de esta calle es Policarpo Sanz y su unión con García Barbón, dos de las arterias principales de Vigo y donde se encuentran algunos de los edificios más bellos de la ciudad, algunos obra del arquitecto Antonio Palacios, como el teatro García Barbón.

La siguiente parada es O castro. Este monte rodeado por una fortaleza se ha convertido en un jardín urbano que ofrece una de las mejores vistas de la Ría de Vigo. En su interior alberga unas enormes anclas que recuerdan la batalla de Rande, en la que en el siglo XVIII se enfrentaron los galeones anglo-holandeses contra los hispano-franceses, en la Guerra de Sucesión Española. Además, en uno de sus laterales se puede visitar un yacimiento castreño de los siglos III a I a C, el más antiguo germen de la población.

Dando un salto, la playa de Samil ofrece uno de los mejores y más largos paseos de la ciudad. Mide más de un kilómetro y al fondo se pueden observar las islas Cíes -parque nacional que requieren su propia jornada de turisteo-. Cerca del arenal de Samil se puede visitar el museo Verbum, donde la exposición "Emporium. Mil anos de comercio en Vigo" repasa la historia de las elaciones comerciales de la urbe más poblada de Galicia, desde la Prehistoria hasta la llegada de los árabes a la Península.

Playa de Samil, Vigo. // Alba Villar

La última visita obligada es el parque de Castrelos. Ocupa una extensión de 220.000 metros cuadrados, lo que le convierte en el más grande de la ciudad. En su parte alta se asienta el Museo Pazo Quiñones de León, que cuenta con exposiciones permanentes dedicadas a la decoración y pinturas europeas desde el siglo XVII a XX, además de una oferta itinerante. El recorrido se completa por sus jardines, que combinan el estilo francés e inglés en armonía.