Carmen halló en su tierra natal un producto artesanal nacido entre bolillos que aquí vendía a los vigueses aunque no olvida que tuvo en los gitanos, para su reventa ambulante, una clientela fiel, segura y principal en aquellos comienzos. Desde entonces han pasado casi 60 años y ahora, jubilada, ve cómo Conchi y Dori, sus dos nueras ,continúan el negocio iniciado por ella con tantas ilusiones. Los nietos, ya con sus carreras, no parece que vayan a continuar la tradición pero, sus bisnietos... todavía no se sabe.

Nacida en 1928, hija de fotógrafo que iba a las ferias con la "máquina do trapo", la relación de Carmen con los encajes era del todo inevitable al nacer en Ponte do Porto pero sería igual de haber nacido en Vimianzo, Camelle, Arou, Moraina, Quináns, Carnés....

Palilleras contra el hambre

El encaje no fue una artesanía exclusiva de A Costa da Morte pero el hecho de que se conservara en esta zona pudo ser debido al aislamiento al que estuvo sometida, que permitió que el sistema de economía tradicional perdurase hasta más tarde. El dinero que se sacaba con la venta del encaje servía de complemento a la débil economía de las familias campesinas y marineras.

En cualquier caso, hasta 1942, cuando tenía 14 años y España pasaba el hambre de posguerra, Carmen no empezó a palillar en su pueblo y no sería mucho tiempo porque casó en 1946 con un vigués, Juan Rodríguez, llegado a Camariñas por negocios. Sin embargo, su relación con los encajes de bolillos no cesó al llegar a Vigo sino que adoptó otra forma: la de intermediaria en la compra y venta de los mismos.

Casada, Carmen trajo a Vigo con ella a una tía soltera que se encargaría de vender, primero en mercado del Progreso y luego en el de a Pedra, lo que Carmen compraba en orígen. La demanda iba creciendo así que, tras más de 20 años de experiencia, decidió abrir con sus hijos un comercio en esa calle Real donde vivía, y el nombre que le puso hizo honor a su memoria natalicia: Faro Vilano, una castellanización del Faro Vilán que da luz y guía la peligrosa navegación de su costa camariñense.

Eso fue en 1972 y entonces la calle Real aún era una calle comercial y de mucha vitalidad. Allí vivían todavía exportadores de pescado como Botas o Molares, allí estaba El Arca de Noé que aún continúa en la calle Triunfo, una oficina del Banco Central, la tienda de ultramarinos de Antonio, el "cerdo marino" con sus caldos, las "chimponas" con sus zuecos y platos de madera, el Fai Bistés con sus comidas, Frutas Sánchez, la farmacia de Varela Pol...

No estaría allí más de dos años porque el azar les puso al alcance de la vista a ella y sus hijos un bajo en la cercana Iglesia Colegiata que había sido antes bazar, y allí se fueron en 1974. Imposible decisión más acertada porque el final de los años 70 vendría parejo a la progresiva degradación de esa calle. Primero, el envejecimiento lógico de las viviendas y la búsqueda de nuevos domicilios por sus habitantes; segundo, la conversión en calle de vinos por excelencia con las molestias consiguientes para los vecinos; tercero, el paso de bares a pubs con sus trapisondas nocturnas y su inseguridad latente. Sólo en los últimos años se ha ido recuperando la calle de estos deterioros, aunque aún precise tiempo.

Mientras, en Faro Vilano Conchi y Dori mantienen en pie ese comercio tradicional, aunque a la manufactura artesana con sello de origen añadan otra de orígen mecánico y, a los encajes, las mantelerías o juegos de cama. No se venden como antes, es cierto, pero en los últimos tiempos se nota otra vez su presencia en la moda.