Miguel Luque pide perdón cada vez que se le atraganta una palabra complicada. Los únicos momentos en los que frena la conversación, que hila con una coherencia pasmosa, muy lejos de los tópicos que podrían perseguir a alguien como él, con 12 duros años de vida en la calle a la espalda. "Disculpa, acabo de pasar por una pequeña parálisis en la cara", insiste, mientras intenta acabar de pronunciar la palabra "permisividad" para criticar que ningún poder público tomara medidas "cuando yo ya sabía que esta mierda estaba a nuestro alrededor". La "factura en la salud" de esos años impide a este mecánico olvidar esa primera noche sin techo, después de una brusca ruptura con su mujer e hija, y el comienzo de la depresión que lo tuvo dando tumbos entre cartones. "El sentimiento de culpa por la situación es tan, tan fuerte, que o te hace ser iracundo o llorar por tu miseria", relata. "Un día me levanté -continúa- y dije que ninguno más". La suya es una historia de supervivencia, del éxito de la voluntad personal y la mano tendida de los servicios sociales, y de la reinvención para ayudar a los que quieren salir de la pesadilla que sufrió en primera persona.

En su entorno le miran como un líder. "Me dicen que hablo muy bien", reconoce Miguel, que durante la charla alaba constantemente a Pepa Vázquez, muy conocida en la ciudad de Pontevedra, donde trabajó en los servicios sociales y se le considera un referente de lucha contra la exclusión social. La misma misión en la que ahora se enfunda desde hace seis años este andaluz de nacimiento, "gallego de adopción", a través de la agrupación Boa Vida, la primera que nació en la comunidad por parte, precisamente, de gente que venía de la calle.

"Estoy en esto, y por eso hablo igual contigo que con cualquiera de la calle, porque quiero sembrar una esperanza. Como yo me levanté del cartón, el país se levanta con proyectos y optimismo", defiende.

En la biblioteca lee y "toma notas". Una de sus tareas habituales, junto con las clases que imparte de ajedrez. El juego que le ató a la realidad y que le permitió colaborar con la ONG Rexurdir. Miguel conocía además a "muchas personas que estaban en contacto con la pobreza" y la mayoría de párrocos de Pontevedra. Desde Boa Vida han escrito incluso al Defensor del Pueblo para. La experiencia le ayudó. Porque, y es muy contundente, no le da la espalda a todo lo ocurrido.

"Me sirvió de mucho para valorar lo poco que tengo", afirma. Casi 61 años -los cumplirá en enero-, "mi habitación, mi ducha, mi lavadora, mi renta de inserción social... ¡No puedo pedir más!". Y se ríe. "La calle es muy dura, amigo mío. Te ves relegado. Solo por ir con una mochila y un pantalón viejo... ¡Cuánta gente me ha llamado borracho y me ha dicho que trabajara! Así funciona el mundo. Pero yo he conseguido integrarme en mí mismo", relata. Desde el arranque de la conversación, Miguel deja claro que nunca ha tenido problemas de alcohol ni de drogas, pese a "compartir cartones" con toxicómanos e "intentar ayudarles, aunque fuera llorando o riendo con ellos". Que eso, "y mantener siempre el norte", fue lo que le permitió llegar a los servicios sociales de Pontevedra y que confiaran en él. "Mi -entona- valentía". Que pueda vivir para contarlo.

-¿Hemos cambiado realmente en nuestra visión sobre la gente que está en la calle? La crisis demuestra que casi todos somos susceptibles de caer.

-"A raíz de todo eso, dentro de la miseria social, somos más solidarios, sí. Al menos ahora te escuchan".

Miguel sostiene que junto a la pobreza económica convive "la pobreza de corazón y de mente". "Los políticos tienen que trabajar para nosotros, no nosotros para ellos", reivindica. Por eso le gustaría que existiera una "conciencia política real", que llegue "algo o alguien" y "arregle esta transición social". "La gente joven -añade- necesita un futuro porque, de lo contrario, la sociedad se enferma y llegan las anarquías personales, con las que no se va a ningún sitio". Él sigue avanzando. "Procuro estar en la vida -resume-. De nada me vale quedarme en una habitación".