"Llegó una curva y el tren comenzó a dar vueltas de campana, muchas, un vagón quedó encima de otros y tuvimos que trepar para salir". Ricardo Montero, uno de los heridos leves, contaba ayer su primera sensación en el que ya es el peor siniestro ferroviario de las tres últimas décadas en España. Las palabras de víctimas y testigos coincidían en señalar la sensación de gran velocidad que el tren llevaba al tomar la curva en la que finalmente descarriló, pero también en la confusión reinante en el lugar del siniestro, donde familiares y amigos en busca de información se mezclaban con cientos no solo de curiosos, sino de vecinos de Angrois, los primeros en bajar a ayudar a los heridos tras el "estruendoso" ruido que causó el siniestro. El jardín de una casa incluso se convirtió en improvisado hospital de campaña.

Los testimonios resultaban escalofriantes al relatar algunas de las víctimas el estado de los fallecidos. "Hay cuerpos decapitados", contaba uno de ellos mientras un testigo aseguraba haber visto "restos de gente bajo las máquinas" antes de comenzar a sollozar. En algunos bolsillos de cadáveres cubiertos con mantas sonaban teléfonos móviles.

La incredulidad parecía ser la tónica mayoritaria entre quienes de repente se vieron envueltos en un amasijo de hierros y fuego, pues en los restos de algunos de los vagones se iniciaron las llamas. "El tren viajaba a mucha velocidad, pocos salimos por nuestro propio pie, debe de haber muchos muertos", explicaba un joven que reconocía no haber percibido la velocidad del convoy que, según la declaración de otros compañeros de viaje, era excesiva. "Era muy difícil sacar a la gente porque había mucha gente por el medio", reconocía el guardiacivil Óscar Mateos a las puertas del Hospital Clínico de Santiago.

La violencia del impacto del convoy provocó que uno de los vagones saliese despedido mientras otro quedaba sepultado bajo el resto, espacios donde se produjo la mayor parte de los fallecidos. Las escenas que vieron algunas de las víctimas resultan dramáticas, especialmente cuando comprobaron cómo muchas víctimas mortales se acumulaban en los vagones. "Había gente destrozada, aplastada y sangrando", comentaba uno de los heridos. "Vi cuerpos decapitados", describió. al igual que un compañero de viaje minutos antes. Otros, los menos dañados, daban gracias. "Mi hijo solo se ha roto un brazo, gracias a Dios", suspiraba un padre aliviado.

El accidente también demostró la solidaridad de los vecinos de Angrois, sorprendidos ante el impacto del tren. A sus casas acudieron los agentes de Policía para solicitar botellas de agua para las víctimas, así como mantas para cubrirlos mientras las decenas de ambulancias que luego acudieron a la zona llegaban.

Abel Rivas e Iván Ramos son vecinos de l aparroquia y fueron de los primeros en acudir a los accidentados. "Vimos gente demacrada, no hay palabras para describirlo, estoy traumatizado", explicaba el primero, que ilustraba la violencia del impacto del tren al descarrilar al asegurar que su coche se había movido.

Ramos, por su parte, no daba crédito al referirse al vagón que salió disparado por encima del talud que delimita la zona de vías. "Estaba en casa y sentí un trueno, vi por la ventana todo esto, un vagón tiró el palco de toda la vida y bajamos todos a la vía a ayudar", comentaba sobre su primera visión del siniestro. Ha quedado "roto" tras verlo.

Nada más ver cómo ante sus casas había ocurrido una tragedia de dimensiones colosales, los vecinos comenzaron a ayudar. Primero, tratando de que algunos heridos saliesen de los vagones. Luego, con lo que podían entregar desde casa. "Trajimos agua, mantas, y sacamos gente del vagón. También vimos los cadáveres", contaba Rivas a escasos metros del siniestro con el gesto todavía desencajado.

Él también lanzó sus dudas sobe la velocidad del convoy. "Dicen que la curva se toma a 85 kilómetros por hora y quizás podría ir a 200, pero para poner un vagón ahí arriba debía ir a más", elucubraba.

Otro de los vecinos describía lo sucedido llevándose las manos a la cabeza y definiendo lo sucedido de manera gráfica: "Esto es una masacre".

En la estación de tren de Santiago, en la que los conductores de autobuses situados fuera reconocían que pretendían llevar a sus casas a algunas de las víctimas, una joven buscaba información sobre su madre temiéndose lo peor. "Estaba en A Coruña y me vine en coche hasta aquí. Mi madre venía de Madrid. No me dicen nada, no me enteré de nada. Me vine a Santiago en coche, pero los han desviado al hospital", declaraba ilustrando el estupor que generó la tragedia de Angrois.