David Fernández tiene 27 años y lleva desde 2006 sin jugar, después de haberse fundido "el dinero que no tenía" en tragaperras, donde picó por primera vez de la forma más casual. "Me enganché jugando por primera vez la vuelta del café con casi 20 años, pero me tocaron dos premios de 120 euros y eso me hizo creer que siempre iba a ser fiesta", recuerda ahora desde Vigo, donde trabaja como comercial para una empresa, ya con una vida normalizada, lejos el recuerdo de los meses que pasó en Madrid viviendo en su coche, alimentando su adicción con todo lo que ganaba.

La relación de David con el juego se inició cuando tenía 20 años raíz de un desencuentro con una chica y todo empeoró cuando su padre enfermó gravemente. "Me refugié en las máquinas, robé en la empresa de mi hermana maquinaria por mil euros y la vendí por 50 para poder jugar. Todo lo que cobraba o conseguía iba para el juego", recuerda. Él apenas optó por internet, aunque su breve experiencia resultó demoledora. "Yo empecé a jugar a las tragaperras en los bares y luego empecé a ir a salas, pero en un fin de semana me gasté 1.000 euros en las tragaperras por internet, ahí cada jugada que hacía era un euro", relata.

Y es que David, que ha contado su experiencia en el libro Diario de un ludópata y colabora con la Asociación Gallega de Jugadores de Azar, considera que la red dispara el riesgo de engancharse al juego. "En un bar tienes que cambiar las monedas y ves lo que vas gastando. En internet, no, solo ves unos números en la pantalla. Si llevase 3.000 euros encima cuando estaba enganchado, probablemente no me lo jugase todo de una tacada, pero por internet puedes fundirlos en quince minutos", explica. "Además, te enganchan. La primera vez que jugué 10 euros me tocaron dos premios de 500. ¡Qué casualidad! Además, me regalaban hasta 2.000 euros más para jugar, pero tenía que ingresar un mínimo de 100. Así se aseguran de que sigas; empiezas y ya no paras", declara.

David no ahorra detalles a la hora de recordar los peores momentos de su adicción, cuando, tras la muerte de su padre en 2005, se marchó a Madrid. "No era como ahora, entonces encontrabas empleo fácilmente. Trabajaba quince días, pedía el finiquito y me lo jugaba todo, estuve incluso viviendo en mi coche durante siete meses", indica.

Deuda de 36.000 euros

Durante esta etapa, llegó a dejar su cuenta bancaria con un descubierto de 900 euros que su padre no pudo saldar cuando fue a ingresar su nómina, cuando David trabajaba en la empresa familiar. "Le dijeron en el banco que no llegaba para saldar la deuda", dice.

Y su adicción siguió creciendo, incapaz David de saciarla, hasta devorar su vida y generarle una deuda de 36.000 euros, gran parte de ellos con entidades de créditos rápidos. Buscó una salida rápida a todos sus problemas. "Intenté suicidarme tres veces, pero al final decidí que no podía seguir así", indica sobre el momento en que decidió ingresar, en serio, en terapia para rehabilitarse, un proceso que lo llevó no solo a escribir un libro, sino también a colaborar como monitor en Agaja. "Y llevo sin jugar desde 2006", recuerda.