El bipartito ha perdido las elecciones más por graves errores propios que por formidables aciertos de su rival, el Partido Popular. Tras 16 años de fraguismo, un modelo que se extinguió por puro agotamiento, la lógica y la experiencia política apuntaban en 2005 a que la coalición formada por socialistas y nacionalistas tenían por delante un amplio recorrido. El hecho de que esta misma fórmula hubiese conquistado en 2007 la gobernación de las grandes ciudades gallegas contribuía a fortalecer la hipótesis. Craso error. La experiencia de un Ejecutivo socialista y nacionalista, pionera en la historia de la democracia gallega, apenas duró cuatro años. ¿Por qué? Éstas son algunas de las razones del fiasco.

1. Desencanto. Una parte de los votantes que apostaron por primera vez por el bipartito ansiaban un cambio tras el modelo Fraga. Aire nuevo. Diferentes formas en el quehacer político. Menos altivez y más cercanía. Menos presidencialismo (y en este caso también vicepresidencialismo) y más trabajo solidario. Adiós al culto al líder y bienvenida una apuesta decidida por equipos eficaces y diligentes. Cuatro años después, la decepción y la frustración de aquellos votantes son patentes. Núñez Feijóo aprovechó este flanco y, tras renovar su partido, ofreció una imagen de gestor dispuesto a resolver problemas y, sobre todo, a no crear otros.

2. Falta de gestión. El gran talón de Aquiles del bipartito. El mandato de Touriño se ha caracterizado por la presentación en sociedad de innumerables proyectos que se quedaron en eso: papel. Es cierto que las cosas de la Administración, como las de palacio, van despacio, pero eso no empece para que algunas actuaciones se pudiesen haber acometido con mayor prontitud. Por poner un solo ejemplo: Vigo tiene pendientes la Ciudad del Mar, la Ciudad de la Justicia, el cuarto hospital, el auditorio, la ampliación del puente de Rande, la construcción de la autovía alternativa a la AP-9, varios túneles, el proyecto de área metropolitana... De todos estos proyectos no se ha colocado ni un ladrillo. En A Coruña el disgusto por la falta de inversión de la Xunta es palpable. Y en Ourense. Y en Pontevedra...“Política Territorial gastó casi 2.000 millones en cuatro años, ¿dónde han metido todo ese dinero?”, se preguntaba ayer uno de los regidores afectados. Y es que los alcaldes se muestran particularmente críticos con la gestión de la conselleira de Política Territorial, María José Caride, pero también consideran que se pudo haber hecho más y mejor en sanidad, en educación, en I+D... Conclusión: reiteradas ventas de actuaciones pero contadísimas realizaciones. Frente al hemos hecho, la táctica del vamos a hacer. Papel y power point.

Y cuando se aplicaron políticas de calado resultaron contraproducentes. Así, la decisión de suspender el urbanismo en el litoral en aras de una elogiable protección medioambiental y una ordenación clara no fue acompañada de una alternativa para un sector, la construcción, vital en la creación de empleo y riqueza. La medida nació coja. Buscando un bien se causó un mal.

3. División interna. El bipartito fue sobre todo bi. La sensación de que las áreas de gobierno socialista y nacionalistas apenas se comunicaban y que cuando lo hacían era para discrepar o remarcar su autonomía fue constante. Las diferencias en público fueron frecuentes y las críticas abiertas, también. Faltó coordinación y en ocasiones hasta pareció que Touriño y Quintana se contraprogramaban en busca de protagonismo personal. La tensión y los pulsos se sucedieron. Los celos y envidias, también. La división mostrada en la adjudicación del concurso eólico, el más importante de la historia de Galicia, fue el epítome del dos gobiernos en uno. La autoridad del presidente quedó bajo sospecha.

4. Aislamiento social-actitud presidencialista. Alejamiento de la ciudadanía. El propio Touriño lo admitió en plena campaña: en el futuro habría menos despacho y más calle. Más comunicación, proximidad. Su mea culpa llegó tarde. El presidente fue demasiado presidente y se rodeó de un equipo que, en lugar de bajarlo del trono, alimentó esa imagen de cesarismo. Además, el haber apostado por un perfil técnico, muchos de los asesores eran profesores universitarios sin experiencia en la gestión pública, frente a un perfil político redujo la trascendencia de las decisiones. Lo que se hizo, que tampoco fue excesivo, se vendió mal.

5. Debates estériles. El conflicto lingüístico. Más gestión y menos ideología. El bipartito se enfrascó en una serie de debates estériles que le hicieron perder de vista la principal exigencia de los votantes: tener buenos gestores públicos que mejoren su calidad de vida. La interminable controversia sobre la reforma del Estatuto, una “prioridad” que al final quedó en nada, o la polémica de la lengua gallega fueron las mejores expresiones de esa fatal distracción. “Los padres, y esto se ha notado principalmente en el voto de las clases medias urbanas, quieren que sus hijos tengan una buena educación y no que deban aprenderse los huesos del cuerpo humano en gallego”, resumía ayer un dirigente socialista. “Los gallegos ven su lengua como algo natural, sin traumas, y la Xunta transmitió la idea de una imposición por decreto, un dogma; eso fue un desastre”, añadía otro.

6. Imagen suntuaria. El despilfarro. En plena recesión, ya no crisis, la polémica de los gastos suntuarios en el despacho o en la adquisición de un carísimo coche oficial fue un misil en la línea de flotación de Touriño. La Xunta no quiso y después no supo dar explicaciones, con lo que se extendió la idea del despilfarro en el gobierno mientras la sociedad se apretaba el cinturón. “Vamos por la calle entregando propaganda y la gente nos pregunta por las sillas de 2.000 euros; este asunto ha calado muchísimo”, confesaba con disgusto un veterano militante en plena campaña electoral.

La fotografía del nacionalista Quintana retrepado en el lujoso yate de un empresario gallego, beneficiario más tarde del concurso eólico, alcanzó trascendencia nacional. Las argumentaciones del líder del BNG tampoco contribuyeron a aclarar la situación.

7. Desastrosa campaña y partido ninguneado. Las dos últimas semanas son todo un ejemplo de campaña mal planificada. Touriño apostó por una marca personal, O Presidente, y acabó claudicando ante Zapatero, quien pronunció en Santiago con una frase devastadora: “Votar a Touriño es votarme a mí”. Además tras una primera semana de no beligerancia con el BNG, el candidato socialista se distanció de su inevitable socio de gobierno. “Gobernar con el Bloque no es mi idea de felicidad”, confesó a FARO.

El grado de alejamiento de los socialistas de la realidad que se les venía encima lo ofrece este otro hecho: Touriño, Zapatero, Rubalcaba... todos se esforzaron por propalar que la abstención beneficiaba al PP, partido que supuestamente alimentaría ese desistimiento de las urnas. Por eso había que votar. Quintana se sumó entusiásticamente a esta teoría. “Hay que inundar las urnas”, proclamaba. Pues bien, el 1-M registró una participación histórica, por encima del 70%, y el bipartito sufrió un varapalo de igual dimensión.

La irrupción de José Blanco, vicesecretario general del PSOE, para enderezar el rumbo de una campaña sin nervio, mortecina, fue infructuosa. Se da la circunstancia de que Blanco había recomendado a Touriño en varias ocasiones adelantar los comicios a otoño para evitar el impacto de la crisis. Incluso le mostró encuestas de las que salía bien parado. Touriño lo obvió. “Fue por soberbia. Fijar las elecciones es competencia exclusiva del presidente y el presidente era él”, resume una fuente conocedora de las reuniones, que concluye: “La autocrítica no es precisamente su mayor virtud”.

Y es que Touriño cometió el error de ignorar, de no alimentar el partido durante cuatro años, alejándose de él. “Nos dio la espalda”, se lamenta un destacado socialista. En su lugar optó colocar en posiciones estratégicas a personas de su confianza pero sin ningún peso y menos pedigrí socialistas. Gente leal que no le haría sombra, pero que era vista con desconfianza. Resultado: ahora que ha dimitido existe un problema para encontrarle un sucesor de garantías. “En su obsesión por concentrar todo el foco mediático, no dejó crecer nada a su alrededor. Y hoy tenemos justamente lo que él sembró: poca cosa”, ilustra un miembro de la dirección gallega. Los ex conselleiros Ricardo Varela o Manuel Vázquez son los favoritos, pero será en todo caso una interinidad. El sucesor no saldrá ahora. “Hay que dejar pasar tiempo, cicatrizar heridas, limpiar algunas cosas en el partido y después ya se verá”, apuntan. O quizá ya vendrá. Porque es posible que en estos momentos el sucesor de Touriño resida en Madrid.

Ese olvido del partido tuvo su precio. Al final, la maquinaria socialista, constituida por miles de personas desmotivadas, sin ilusión, se limitó a cumplir el expediente en la convicción de que todo estaba hecho. Y no fue así. “Tenemos un problema grave, no hay pasión entre los militantes, están fríos, indiferentes”, se lamentaba un dirigente socialista el pasado jueves. Y esa falta de pasión devino en calvario... El de Touriño y el de su partido.