Una de las claves menos conocidas de Adolfo Suárez, el hombre que logró pilotar el régimen franquista hacia la democracia, se encuentra en una tumba del cementerio coruñés de San Amaro. Allí yace desde 1980 su padre, Hipólito Suárez Guerra, un ilustrado coruñés procurador de tribunales que pagó con la cárcel sus firmes ideas republicanas.

La guerra civil sorprendió al padre de Suárez en zona nacional, en Ávila, donde era secretario del Juzgado tras haberse casado con Herminia González en Cebreros poco antes del estallido de la contienda en 1936. Hipólito Suárez, que mantenía una estrecha relación amistosa con uno de los grandes intelectuales de la República, Claudio Sánchez Albornoz, elegido diputado en las elecciones de febrero del 36 que precipitaron el golpe militar, logró mantenerse escondido hasta el término de la guerra. Pero sería descubierto y encarcelado poco después. El procurador coruñés afrontaba un proceso que en aquellos tiempos solía acabar en el paredón de fusilamiento, del que consiguió sin embargo salvarse gracias a su habilidad para mantener relaciones en ambos bandos. Sería la familia del general Martínez Anido, ministro en el primer Gobierno de Franco aunque fallecido en 1938, antes del fin de la guerra civil, quien le rescataría de un funesto final. El archivo personal de la familia Martínez Anido, uno de los escasos patrimonios documentales procedentes del bando vencedor que fueron donados para su consulta pública a la llegada de la democracia, incluye una carta del general a Franco en la que se queja de la represión indiscriminada que abarca a "personas respetables".

Los bienes de Hipólito Suárez, que le habían sido embargados al aplicársele aquella lapidaria Ley de Responsabilidades Políticas que llevó a la ruina y la muerte a tantas personalidades republicanas, le fueron devueltos gracias a la citada intercesión y pudo seguir ejerciendo como procurador.

Esa cualidad de superviviente así como la habilidad para entenderse con mundos tan opuestos ideológicamente fueron heredadas por Adolfo Suárez, junto con las influyentes amistades de su padre en ambos bandos, de las que se sirvió cuando se instaló en Madrid como abogado. Llamado a ser un prohombre del tardofranquismo, Adolfo Suárez logró también conectar mejor que ninguno de los nombres del Régimen que aspiraban a liderar la transición a la democracia -Fraga, por ejemplo, a quien consiguió desbancar en esa carrera- con los personajes claves de la oposición gracias al espíritu liberal que siempre imperó en su entorno familiar coruñés.

A Coruña era en los años treinta una ciudad de mayoritario talante republicano, liderado por unas élites empresariales ilustradas y progresistas con gran influencia en Madrid, cuyo principal referente era Casares Quiroga, propietario del Hotel Atlántico y la Compañía de Autobuses, que era jefe del Gobierno republicano cuando estalla la guerra civil. A ese entorno, que algunos historiadores de última hora consideran la gran víctima de los antagonismos más radicales de la contienda bélica española, pertenecía también la familia Suárez, relacionada profesionalmente con el mundo de la Justicia. Los abuelos de Adolfo Suárez vivían en Santa Catalina y se mudarían después a la calle Real, en el edificio de la confitería La Jijonenca. La abuela acabó viviendo finalmente en la plaza de María Pita, hasta que se trasladó en los últimos años de su vida a Vigo, donde falleció. Al parecer, sentía predilección por su nieto Adolfo.

El futuro líder de la travesía española a la democracia mantuvo siempre fuertes vínculos con ese mundo coruñés pese a vivir en Ávila. En A Coruña pasó muchos veranos y hacia los 14 años pasó aquí una larga temporada con sus abuelos, al parecer por una crisis matrimonial de sus padres, durante la que llegó a jugar en el equipo juvenil del Deportivo junto a Luis Suárez.

La Galicia de la Transición

En los actos políticos celebrados en A Coruña tras su eclosión política con UCD, Suárez siempre hizo gala de conocer muy bien la ciudad que, por otra parte, estuvo ligada a algunas de sus decisiones más audaces. El 30 julio de 1976 celebraría precisamente en María Pita, bajo la presidencia del Rey, un histórico Consejo de Ministros que aprobó la amnistía política y desbloqueó el proceso democrático, al convencer a buena parte de los líderes opositores de que su reforma del franquismo desde dentro iba en serio. El decreto rubricado en el salón dorado del palacio municipal coruñés dejaba en libertad a los últimos quinientos presos políticos que quedaban en las cárceles españolas.

A Coruña fue una plaza importante de la heterodoxa coalición centrista (UCD), donde convivían familias políticas de amplio y complejo espectro ideológico, que Suárez logró aglutinar como fuerza protagonista de la transición democrática en España. El claro triunfador coruñés en las elecciones de 1977, las primeras desde la guerra civil, fue un hombre de Suárez, José Luis Meilán Gil, reciclado del aparato de Estado del anterior régimen por su perfil aperturista, cuyo Partido Gallego Independiente (PGI), coaligado en UCD, obtuvo seis de los nueve diputados al Congreso por la provincia. Pero pronto surgirían nubarrones en el horizonte por el avispero en el que se convertiría el diseño del Estado autonómico. UCD pretendía otorgar derechos de nacionalidad histórica solo a Cataluña y País Vasco, dejando fuera del juego autonómico a Galicia, la tercera comunidad que había logrado un Estatuto de Autonomía en la República. La operación contaba con la velada aquiescencia del PSOE de González, pero la impopularidad del llamado aldraxe, que impulsó una de las mayores movilizaciones de protesta en Galicia, rompió la obediencia del sector galleguista del PSOE con Ferraz y provocó la rebelión de algunos barones de UCD.

Meilán Gil jugaría un importante papel en la resolución en este espinoso asunto, pero la recompensa (un ministerio) nunca llegó. Eso motivó la frialdad que en adelante presidiría las relaciones de ambos políticos, en otro tiempo uña y carne. En una distendida charla mantenida con este cronista en 2007, al hilo de la celebración de los 30 años de las primeras elecciones democráticas, Meilán Gil no escondía su desencanto con Suárez, hasta el punto de llegar a confesar que la integración en UCD de su partido, "fue un error". "En el PGI creíamos en la autonomía, en lo que ahora se llama claramente autogobierno, pero no todos pensaban esto en UCD. Yo era partidario de empalmar la legitimidad democrática obtenida en las urnas con la legitimidad histórica del galleguismo. Una de las operaciones más inteligentes de Suárez fue la venida de Tarradellas en Cataluña. Aquí hubo varias tentativas, pero no salió. Aquel 15 de junio, aunque parezca excesivo decirlo así, hubo en A Coruña un triunfo de centro, pero de centro gallego. ¿Qué nos pasó? Probablemente, no teníamos suficiente fuerza económica para ir adelante y después se forzó la coalición UCD y ahí estuvimos y eso fue un error probablemente. La historia de Galicia hubiese sido distinta", confiesa Meilán. "Suárez me dijo que me iba a nombrar ministro para las regiones, pero después eso no salió. Hubo una pequeña maniobra de aquellos barones que desgraciadamente tan mal le fueron a Adolfo Suárez y que tan equivocadamente actuó Suárez con ellos, porque no tenían base electoral. Me invitó a comer en la Moncloa para disculparse, pero le dije que no se preocupase. Éramos buenos amigos", se sincera Meilán.

Un repaso a las posiciones políticas que los noveles candidatos a las primeras elecciones democráticas defendían en aquella primera campaña electoral democrática de 1977 depara asombrosas sorpresas. El socialista Francisco Vázquez, futuro defensor de las esencias nacionales, dejaba escrito para la posteridad en un artículo publicado por aquellas fechas que era partidario de la autodeterminación. "Yo cito ese episodio muchas veces -ironiza el abogado coruñés José Luis Rodríguez Pardo, que años después, como referente de la línea galleguista del PSOE, sufriría los embates centralistas de Vázquez- porque aquellas líneas me dejaron absolutamente perplejo. Cuando alguien es capaz de escribir esto y ponerlo digamos como tarjeta de visita suya, parece imposible que sea la misma persona. En aquel artículo escribía: 'Nosotros, los que somos partidarios de la autodeterminación...'. Nosotros nunca fuimos partidarios de la autodeterminación, entre otras razones porque discutíamos el concepto de autodeterminación porque habíamos estado en todos esos manejos en su día y él venía de fuera totalmente, cogía lo bonito, las plumas de las que se vestían las cosas. Oiga, mire usted, le decíamos entonces, autodeterminación la hubo en el Congo o en Argelia ¿pero de qué estamos hablando?". José Luis Rodríguez Pardo, dirigente del Partido Socialista Galego de Xosé Manuel Beiras hasta las primeras elecciones democráticas de 1977, se integró en 1978 en el PSOE gallego con otros cuadros procedentes del PSG, como el también coruñés Fernando González Laxe, que sería presidente de la Xunta en los años 80. Paradójicamente, el martillo de la corriente galleguista representada por Rodríguez Pardo en el PSOE fue precisamente un Francisco Vázquez que poco antes defendía la autodeterminación. "Nosotros defendíamos una visión federal del partido, que responde a una honda tradición del PSOE y la que aún hoy identifica los órganos de la estructura del partido, No hay que olvidar que el Partido Socialista conserva todavía un Comité Federal, en el que por cierto estuvo Vázquez. Pero... ¿dónde está el federalismo?", señala con ironía Rodríguez Pardo.