Una vez más, como cuatro años atrás, el presidente del Gobierno quiso que en la foto de su segunda victoria en la noche del 9 de mayo de 2008, estuviera su eterno compañero desde que el ex alcalde vigués Ventura Pérez Mariño les presentara. Él y José Blanco con la mano alzada. Un empujón en público tras las conversaciones que ambos mantuvieron en privado y en las que el político de Palas de Rei le confesó su cansancio y su decisión de no seguir como su mano derecha en el partido. Se quedó y el siguiente Congreso socialista saltó hasta la vicepresidencia. “Es uno de mis colaboradores más capaces, leales y entregados”, resumía Rodríguez Zapatero en una entrevista exclusiva a FARO durante la campaña de las autonómicas. La pregunta, de nuevo, sobre la entrada de Blanco en su Gabinete. Esta vez no fue ningún rumor.

Porque desde la vuelta del PSOE a Moncloa, una y otra vez el nombre de José Blanco se barajó como ministro. Y como ministro de Fomento, el cargo que finalmente ocupa desde ayer. En un momento en el que a la imagen del Ejecutivo le falta enfoque, el político gallego, experto en comunicación, es la mejor baza socialista para vender las inversiones en obra pública. Sobre todo, tras la tormentosa relación de su predecesora con la oposición y muchos Gobiernos autonómicos. Como Galicia, donde a Blanco le espera un AVE a medio licitar y con la cuenta atrás para 2012, entre otros proyectos.

Presume de cumplir su palabra. De que pocos le conocen. De llevar al Celta en el corazón. De tener unos cuantos sueños por cumplir. Quizás el de volver a su tierra para seguir mandando. Nunca lo ha negado.