La economía española creció el 0,6% en tasa interanual entre el primer trimestre de 2013 e igual periodo de 2014 pero siguió destruyéndose empleo: se perdieron 79.600 puestos de trabajo, según elInstituto Nacional de Estadística (INE). La inflación volvió en abril a tasas positivas pero continúa en niveles ínfimos (0,4%), por debajo de la zona de seguridad (1%) y lejos del objetivo considerado de equilibrio: "inferior pero cerca del 2%".

Si estos datos fuesen extrapolables como un indicador de tendencia, estaríamos ante un escenario sobre el que vienen previniendo algunos analistas: una salida de la crisis con crecimiento débil, empleo insuficiente y una tasa de inflación muy baja que no acaba de alejar el riesgo potencial de la deflación.

La estrategia española ha consistido en los últimos años en una devaluación salarial para reducir costes, mejorar la competitividad y forzar una salida de la crisis con las exportaciones. Esas medidas son claramente desinflacionarias, por lo que no cabe la sorpresa.

También es deflacionario el enorme peso de la deuda contraída en los diez años previos a la crisis por bancos, empresas y familias porque está forzando a estos agentes a un esfuerzo de desendeundamiento que supone recortes del crédito y merma del gasto y de la inversión, lo que debilita la demanda interna y presiona la inflación a la baja.

El ajuste del sector público para intentar reequilibrar su déficit fiscal y frenar el raudo crecimiento de la deuda soberana no hacen más que contribuir a su vez a esa tendencia.La enorme deuda pública es la resultante de la mutualización de débitos privados y su transferencia al sector público por diversas vías, entre ellas el rescate estatal de la banca por los impagos de los particulares y la actuación de los llamados estabilizadores automáticos de la economía (el aumento del gasto en cobertura de desempleo y la pérdida de recaudación fiscal), que son los mecanismos por los que las crisis privadas buscan el reequilibrio mediante la socialización de pérdidas. Los ajustes públicos para atajar la espiral de endeudamiento del Tesoro sustraen también demanda interna y debilitan la actividad y la inflación. Todos ellos son síntomas inequívocos de una convalecencia.

La fortaleza del euro también presiona a la baja a la inflación. Una de las causas de la apreciación de la divisa es la ortodoxia de la política monetaria del BCE respecto a la más expansiva de otros bancos centrales. Otra es el superávit exterior de la Eurozona, fundamentalmente por la gran capacidad exportadora de algunos países centrales.

Estas estrategias, junto con la austeridad en todos los países del área, forman parte de la opción europea de salida de la crisis por el lado de la oferta, que propugna el aumento de la competitividad y la renuncia al impulso de la demanda interna con políticas expansivas.

Todas ellas son decisiones que deprimen la inflación. Y el plan español para reducir sus crónicos déficits externos y su desmedido endeudamiento exterior promoviendo superávits en su balanza de pagos contribuye a acentuar la tendencia deflacionaria en la medida en que su ganancia exportadora se materialice fuera del área monetaria.

La caída desde 21012 por vez primera en décadas de la población española por la marcha de parados a otros países también explica la baja inflación. El número de consumidores potenciales se están empequeñeciendo en España, lo que supone que la sobrecapacidad productiva existente está aumentando. El ajuste natural de este desequilibrio es la bajada de los precios.

La anomalía del comportamiento de la inflación en Europa es más evidente cuando los capitales que salen del yen y de los países emergentes y se refugian en el euro en busca de cierta rentabilidad y a la vez seguridad -una vez que el presidente del BCE, MarioDraghi, disipó el riesgo de las economías periféricas al comprometerse a defenderlas con todo su arsenal- están generando los efectos esperables en la divisa (apreciación) y en los tipos de la deuda (bajada de las primas) pero no en la inflación, que sigue baja. De aquí la demanda al BCE para que haga una expansión monetaria "fabricando" billetes como hacen EE UU,Reino Unido,Japón,Suiza y otras áreas monetarias.

La reforma laboral española, en la medida en que persigue crear empleo neto sin necesidad de que el PIB tenga que crecer al 2,5%, es un factor desinflacionario porque supone crear la misma unidad de PIB con más factor trabajo. Y esto, cuando algunos sectores muy intensivos en mano de obra (como la construcción) están hundidos, presupone una pérdida de productividad y competitividad que sólo se puede neutralizar por dos vías: transformando a España en una economía de alto valor añadido -lo que llevaría mucho tiempo- o abaratando el trabajo, que es por lo que se ha optado.

El paro es a su vez desinflacionario y sólo cuando hay "shocks" externos, como en los años 70 y 80 con el petróleo, la inflación convive con el estancamiento: la estanflación. Ahora se habla de estandesinflación. Y algunos presuponen que el futuro podría ser de "expandesinflación". La expansión con desinflación ya existió. Fue una de las consecuencias de la globalización y de las reformas neoliberales de los 80 y una de las causas del largo ciclo de crecimiento, cuando la curva de Phillips (que liga empleo e inflación) se aplanó: el crecimiento ya no generaba tensiones inflacionarias. La pérdida de esta alerta de riesgo fue una de las causas que llevaron al desastre de la actual crisis.