El celtismo vive orgulloso de su equipo, feliz por lo que ve, por lo que le transmiten desde el terreno de juego. En un día que el club programó para celebrar una temporada magnífica, el grupo de Luis Enrique tenía reservada para su gente el acto estelar, el colofón perfecto a un día de reafirmación en esa fe que es el Celta. La victoria sobre el Real Madrid -rotunda, incontestable, corta incluso- culminó una jornada brillante y ratificó el extraordinario momento de forma en el que ha llegado a este final de Liga el conjunto vigués, que sumó su cuarto triunfo consecutivo, se sitúa a un paso de certificar la octava posición y de paso apartó definitivamente al Real Madrid de la pelea por el título de Liga. El triunfo hubiese dado a los blancos una oportunidad en la última jornada, pero esa puerta se la cerró en las narices Charles con sus dos goles al aprovechar los errores groseros de Sergio Ramos y de Xabi Alonso.

La insistencia del Celta fue demasiado para un equipo como el Real Madrid que hace días que se marchó a Lisboa, donde dentro de unos días se juega la final de la Liga de Campeones. Ahora mismo es imposible ganar a los de Luis Enrique sin poner todos los sentidos en el terreno de juego. Los de Ancelotti tiraron del freno y el Celta en consecuencia les atropelló. Lo hicieron en la convocatoria -se quedaron en Madrid todos los tocados-, en la alineación con varios jugadores poco habituales y luego en el campo donde no tardaron en comprender que los vigueses les iban a dar una mala tarde.

Puede que nadie mejor que Charles representase la diferencia con la que ambos equipos saltaron al terreno de juego. El delantero brasileño ha sido una de las grandes noticias de la temporada. Pertenece a esa clase de jugador al que el fútbol tarda en abrirle la puerta que conduce a los grandes escenarios. Eso hace que valore más que nadie lo que tiene y que pelee como nadie para proteger lo que tanto esfuerzo le costó. Ayer dio una muestra de ello. Jugó con un nivel de concentración y sacrificio que acabó incluso por tragarse a futbolistas que acreditan un palmarés tan brillante como Sergio Ramos o Xabi Alonso, a quienes robó la cartera en los dos goles. Esa fue la grandeza del Celta en el día de ayer, comportarse con la fiereza de Charles sin renunciar al gusto por la pelota que le ha acreditado esta temporada. - insistir hasta que el Real Madrid no vio otra solución que rendirse y confiar la temporada a lo que sucede dentro de dos semanas en Lisboa.

Luis Enrique repitió la versión más atrevida del Celta, la que tiene a Krohn-Dehli como eje en el centro del campo con Augusto y Rafinha a su lado. No le preocupó plantear un partido abierto contra un equipo como el Real Madrid que suele matar con facilidad a quienes se atreven de mirarle directamente a los ojos. El Celta jugó con el convencimiento de que tenía argumentos de sobra para superar a los blancos y que al cuadro de Ancelotti acabaría por sufrir. Sabía Luis Enrique que los blancos tendrían ocasiones, pero también que les costaría replegar cuando el partido entrase en un agotador ida y vuelta. Y que ahí estaría la clave del partido. No se equivocó el Celta que se fue directo a por el Real Madrid, peleó con descaro cada pelota y no tardó en adueñarse del partido. Ni el blindado de Ancelotti -coincidieron en la alineación Xabi Alonso, Casemiro y Khedira- pudo con el ímpetu del Celta que acabó por agotar la paciencia del Real Madrid. Sergio, magnífico toda la tarde, lo hizo cada vez que los arietes blancos se atrevieron y lo mismo sucedió en el resto de combates individuales. Siempre estuvieron los vigueses un par de puntos por encima. Charles lo explicó mejor que nadie. El delantero, cuando el partido se acercaba al descanso, se fue como un poseso en busca de Sergio Ramos que se confió en exceso. No advirtió el hambre del céltico que provocó su error y solo ante Diego López resolvió con tranquilidad y calidad. El gol premiaba a un Celta que había sabido entender cuándo el partido le pedía esperar y cuándo correr. Le había faltado solo un poco de tranquilidad para explotar las situaciones de ventaja que se le gerenaban en la banda de Nolito, pero Charles se encargó de compensarlo con su pillería.

El Celta supo resistir entonces en el arranque del segundo tiempo su peor momento, o el mejor del Real Madrid. A los de Ancelotti les salió el orgullo de dentro y aplastaron el Celta que se protegió cerca de Sergio que regaló intervenciones extraordinarias. Fue un momento delicado que los vigueses supieron frenar. Bastó echar un balón al suelo y tirar un par de contragolpes. El Real Madrid volvió a entender que para remontar tendría que correr demasiado y ni las noticias de Elche y el Calderón le hicieron despertar. Fontás y Cabral se hicieron fuertes en el centro de la defensa y a partir de ahí los de Luis Enrique disfrutaron de la solidez y la confianza para devolver el partido a la situación del primer tiempo. Y de nuevo Charles surgió de la nada para reventar al Real Madrid. Esta vez su víctima fue Xabi Alonso que cedió un balón a su portero sin darse cuenta de que el brasileño estaba al acecho. Le robó la cartera y embocó a puerta vacía para desatar la locura en el estadio. A partir de ese momento fue el tiempo para los reconocimientos, para los homenajes a los que se van, las interminales muestras de cariño y sobre todo para proclamar el orgullo de ser del Celta. De eso se trataba.