La expiación de los pecados no llega en el fútbol a través del perdón, porque en el fútbol el perdón es el pecado. Tantas veces se dice que llega a parecer solo una frase, pero el Pontevedra se empeña de cuando en cuando en darle forma de verdad. Ayer dominó de forma abusiva durante el primer tiempo, redujo a su rival a la condición de sparring, a invitado en el día del apoyo a Iker Alegre y Gonzalo, ausente este último de la de la convocatoria por el fallecimiento de su hermano. Sin embargo todo acabó en un agobio, en dos partidos distintos cada tiempo y una victoria sufrida tras aguantar 20 minutos con un hombre menos.

Después del minuto de silencio en apoyo a Gonzalo, empezó a rodar el balón. El volumen de ocasiones y llegadas generadas en los primeros 45 debieron ser suficientes para forzar la rendición del Palencia. Un asedio constante que invitaba a los de De Paula a tomar el bus de vuelta. Al filo del descanso Álex Fernández recibió con espacio para llegar al área. Lo hizo con Añón esperando para empujarla, pero este solo pudo hacerlo después de que el portero despejara mal, de nuevo, el disparo de Álex. Añón marca a placer y el Pontevedra se va al descanso con una ventaja demasiado corta.

Tras la reanudación el guion parecía el mismo cuando en el minuto 57 Barco hizo el segundo. Pero incomprensiblemente con el gol el Pontevedra cayó y el Palencia comenzó a despertar. Tomó la pelota, adelantó sus líneas, y metió miedo a la zaga granate.

En el 71 una pelota elevada a la espalda de los centrales dejó solo a Zapata; Jacobo Trigo le persiguió sin recuperar la distancia y, a la desesperada, lanzó un empujón. Penalti, expulsión y sufrimiento Diego Torres transformó la pena máxima en el 2-1 y la cosa se complicó. De ahí hasta el pitido final solo hubo tiempo para los nervios, no para más goles.