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El Barça, con sangre, sudor y lágrimas

El cuadro azulgrana, que jugó con diez desde la roja a Mascherano hasta la expulsión de Banega, gana en la prórroga

Los jugadores del Barcelona celebran el primer gol del encuentro, que marcó Jordi Alba ya en la prórroga. // Sergio Pérez

En caso de apuro, balones a Messi. Cuando más lo necesitaba su equipo, que alcanzó la prórroga tras jugar casi una hora en inferioridad numérica, el argentino intervino para sumar un título más a su palmarés y al del Barça. Durmió la pelota en la zona de tres cuartos, sin ningún sevillista que se atreviese a retarle, cuando observó la ruptura de Jordi Alba hacia el área. Y allí la puso Messi, en el sitio exacto a la espalda de Vitolo y favorable para que Alba la cruzase al poste contrario. Así se consumó el doblete del Barça y se esfumó el del Sevilla, que había perdido su oportunidad antes, durante la hora que jugó en superioridad numérica por expulsión de Mascherano. La estocada le llegó cuando se habían equilibrado las fuerzas, por otra roja a Banega, y las piernas de los sevillistas ya notaban el exceso de kilómetros de la semana. Por eso en la prórroga tuvo que ampararse en Sergio Rico para evitar la sentencia, hasta que ya sin tiempo otra genialidad de Messi permitió a Neymar dejar su huella en una final que descubrió al Barça más esforzado.

Por más que Juan Carlos Unzué buscó un antídoto, el Sevilla iba a condicionar con una jugada marca de la casa: balón largo desde la defensa, prolongación de Iborra y carrera de Gameiro. El francés ganó la espalda a Mascherano, que tuvo que agarrarle de la camiseta. Evitó lo que parecía un gol seguro, pero dejó a su equipo con diez con una hora por delante. La expulsión obligó a los dos equipos a hacer lo contrario de lo que hacen habitualmente: el Barcelona esperando con nueve jugadores en torno a su área y el Sevilla monopolizando el balón en el ataque estático. Ninguno estuvo cómodo en su inesperado papel y quizá por eso no se movió el marcador, aunque Banega obligó a Ter Stegen a volar en la falta de la roja.

El Sevilla sólo se lo creyó de verdad en el inicio del segundo tiempo, cuando empotró a su rival en el área, forzó un puñado de saques de esquina y rozó el gol en un disparó de Banega que se estrelló en el poste. Luis Enrique había retrasado el reajuste del equipo hasta el descanso, cuando sacrificó a Rakitic para que Mathieu acompañase a un imperial Piqué. Las malas noticias para el Barça siguieron con la lesión de Luis Suárez, que obligó a una nueva vuelta de tuerca: Rafinha como refuerzo del centro del campo y Messi liberado arriba.

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El retoque le sentó bien al Barça, que aguantó sin excesivos agobios los envites de un Sevilla que iba claramente a menos. Todos los barcelonistas contribuyeron al repliegue intensivo, que escondía la amenaza de un contragolpe que no llegó hasta el descuento, cuando Banega se vio obligado a cortar al borde del área la escapada de Neymar. Era una falta perfecta para que Messi evitase la prórroga, pero ayer el argentino reservó lo mejor para esa media hora de propina.

Unai Emery y sus futbolistas se conjuraron para el último esfuerzo de una temporada que empezó, precisamente, con un duelo contra el Barça por la Supercopa de Europa, que también se decidió en la prórroga (5-4). Y ayer, como entonces, Messi ejerció de rey absoluto. Lo hizo en la jugada del primer gol y en los trece minutos siguientes, con una capacidad de desborde e inventiva sólo a su alcance. Sergio Rico se multiplicó para mantener un mínimo de emoción, con paradas extraordinarias, hasta que en el descuento del descuento llegó la sentencia de Neymar. Roto el tridente por la lesión de Suárez, el Barça rindió pleitesía a su líder, el rey Leo.

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