El Celta sigue inmerso de pleno en el mercado de fichajes, buscando perfilar la plantilla lo antes posible para que Luis Enrique pueda ir acoplando las piezas de cara al primer partido de Liga el fin de semana del 17 de agosto. Tras las llegadas confirmadas de Fontás, Charles y Nolito, Miguel Torrecilla anunciaba el pasado martes en rueda de prensa que las intenciones del club eran las de cerrar al menos dos incorporaciones más, un lateral izquierdo y un jugador de ataque, a expensas de lo que pudiese suceder durante el mes de agosto.

Uno de los nombres que se puso sobre la mesa fue el de Rafa Alcántara do Nascimento, Rafinha, objeto de deseo del conjunto olívico que ya ha renovado su contrato con el Barcelona, lo que le abre las puertas para buscar una cesión con la que ir fogueándose. El Celta aparece en la "pole" para hacerse con sus servicios pero se encuentra con los altos emolumentos que percibe el jugador, alrededor de 1,3 millones de euros por temporada.

Es precisamente su ficha la que entorpece la operación. Desde hace varias temporadas, la directiva encabezada por Carlos Mouriño ha marcado una hoja de ruta clara para reducir la deuda del club y asegurar la viabilidad de éste en el futuro. En esta política aparece como uno de los ejes claves el tope salarial, una bendición y una condena al mismo tiempo que comenzó tras el proceso concursal en el que se vio inmerso el Celta, que ha establecido varios niveles en función del tipo de jugador.

"En algún caso estamos en inferioridad económica, pues hablamos de salarios muy importantes. Si llegan al Celta es porque apuestan por el proyecto deportivo. Si entramos a competir económicamente con equipos que también quieren a estos jugadores, estaríamos fuera de tener una mínima opción", reflexionaba Torrecilla el pasado martes, pensando a lo mejor en casos como el del lateral zurdo José Ángel, que finalmente repetirá cesión en la Real Sociedad, que satisface mejor las pretensiones de la Roma.

El límite en los sueldos de los jugadores que ha impuesto la directiva complica otras operaciones que tiene en marcha el Celta, como las de Miku o el propio Rafinha. En el caso del jugador azulgrana, los célticos buscan que el Barcelona se haga cargo de una importante parte del salario del jugador, al menos el 50%, lo que se adecuaría en parte a las cifras en las que se manejan los celestes, que esperan que el deseo del jugador, que ve con buenos ojos la presencia de parte de su familia en la ciudad y de Luis Enrique al frente del proyecto, juegue un factor clave para su desembarco en Vigo.

Por su parte, Miku, que pertenece a la disciplina del Getafe, ha sonado como una de las alternativas para acompañar a Charles en la delantera. El venezolano tiene un año más de contrato con la entidad madrileña. Ésta estaría dispuesta a desprenderse del jugador, que esta pasada campaña jugó a préstamo en el Celtic de Glasgow, por donde pasó sin pena ni gloria. Sin embargo, las altas pretensiones del ariete sudamericano, por quien también se ha interesado el Betis, dificultan enormemente la operación ya que no quiere rebajarse el sueldo, por encima de un millón de euros, lo que imposibilitaría su llegada a Balaídos.

Este tope salarial, que se sitúa alrededor de los 600.000 euros fijos, a los que luego se le pueden añadir cantidades variables en función de objetivos más o menos asequibles, impide al Celta también competir de tú a tú en el mercado de jugadores libres que buscan un mejor contrato al no haber cifras de traspaso por el medio. Por ejemplo, a los vigueses les fue imposible acercarse a las cantidades que el Getafe ofreció a Roberto Lago para convencerle de recalar en el Coliseum Alfonso Pérez, alrededor de 800.000 euros en su primera campaña como "azulón", algo desorbitado para el Celta, que tiene muy claro cuál es el camino a seguir y del que no piensa desviarse bajo ninguna circunstancia. Una condena en el presente que es una bendición para el futuro.