Me gustaría saber qué hubiera sido de Pep si se negara a prestar su talento a la selección que conquistó el oro en Barcelona 92 y a dónde hubiese llegado aquel equipo nacional si hubiera prescindido de un jugador tan menos patriótico y más talentoso.

Hace ya mucho tiempo que España es una patria tan poco exigente que ni siquiera demanda el afecto de quienes un día vistieron su escudo ganando tanto dinero que incluso llegaron a ser millonarios.

Tengo, qué le vamos a hacer, mi particular síndrome patriótico de haber jurado la enseña nacional en la Brigada Paracaidista. Por eso cuando vi, tanto en prensa como en la tele, la lectura de ese manifiesto seccionista, a aquel brillante jugador de otrora, a quien había profesado tanta admiración y aplauso, sentí algo muy parecido a una sorda rabia que aún me cuesta trabajo regurgitar, de tan mal que me ha caído al verlo hacer de tonto -bobo- útil.

Hay meteduras de pata para todos los gustos y la política suya es más bien anfibia. Ahora que en las cimas de la próxima Vuelta ciclista a España van a instalar un desfibrilador de tontos, le ruego que antes de seguir caminos que están más que trillados se haga una visita de comprobación. No estaré muy seguro de que le dejen libre. Míreselo por favor. Se lo dice un culé de corazón. No nos haga sentir más bochorno y vergüenza con ese que dice ser más que un club que ahora abre una delegación de política futbolera. Sea realista (de realidad, no de realeza) y deje de hacer el payaso a tanto circo independentista y seccionista y deje de meterse en tantos agostos de un invierno tan grande del que no tiene la más mínima idea. La política no es fútbol. A ver si se entera.