No podía ser de otra forma: el papanatismo tuvo que hacerse oír. Una vez más. Mientras el pasado miércoles los medios de este país no cesaban de hacerse eco de la reforma del Registro Civil que a partir del 30 de junio suprime la preponderancia del apellido del padre (o progenitor uno, guiño, guiño), algunos de ellos salían a preguntar a pie de calle la opinión que al populacho le merecía esta novedad. Algún sensato comentó que le parecía lo más normal del mundo, que ya era hora; pero, oh, sorpresa, no faltaron unos cuantos -diría cabezaalmendras pero las almendras son más valiosas que el contenido de su cráneo- que vinieron con la frasecita de turno: "no entiendo por qué hay cambiar esto, si lleva siendo así toda la vida". El argumentito de la tradición. Porque, sí, porque pueden, porque son los héroes que van a salvar España. Ejpaaañaaa. Como con los toros. A algunos se les llena la boca con las tradiciones sin pensar, a lo mejor, que los duelos de honor también eran una castísima tradición nuestra y mire usted, más salvaje no podía ser.

Las tradiciones obedecen a una necesidad histórica que se resolvió de una manera concreta. En el caso de los apellidos, para distinguir a este Marcos de aquel otro Marcos, y lo primero fue determinar de quién era hijo -por supuesto, se utilizaba el nombre del pater familias, el varón-: así surgieron los López (hijos de Lope), los Eriksen en Dinamarca y en Rusia los Ivanovich. Pero esto es ya totalmente anacrónico, al igual que lo es pensar que el pater familias sigue siendo el varón; es más, pensar que hoy en día existe siquiera una figura de referencia como el pater familias es delirante. Por esto, no hay que echarse las manos a la cabeza cuando el sistema de apellidos se liberaliza, y hacer un poquito de caso a Mercedes Sosa: Todo cambia. Y todo debe cambiar para no seguir en la barbarie.

Tampoco faltaron las que enseguida se anotaron un tanto para el feminismo ni los perros anti-feminazis que saltaron instantáneamente a ladrar -porque otra cosa no saben hacer, y parece que se sienten menos hombres con esto cambios: son como chuchos asustados, pero mucho menos nobles que un perro. No comprendo esta manía de entender todas las dimensiones de la vida en clave dialéctica -supongo que el marxismo cultural ha hecho y sigue haciendo mucho daño-, pero lo cierto es que esta reforma no es ninguna victoria del feminismo sobre el machismo.

En todo caso, es una victoria de la razón sobre el sinsentido: una victoria de la España que valiente que no tiene miedo a reconocer que una vez estuvo equivocada sobre la Ejpaña del "malo conocido antes que el bueno por conocer".