Los libros nos cuentan que un empleado de la empresa Bayer, llamado Félix Hoffman, fue encargado allá por 1886 para retomar los estudios acerca de los beneficios ya descritos del ácido salicílico pero, en especial, para intentar evitar sus efectos secundarios: sabor amargo, irritación de estómago. A partir de ahí, todo ha sido la crónica de un medicamento que al transformarse en el ya conocido ácido acetilsalicílico pasaría a ser uno de los fármacos más rentables de la historia, reinventándose una y otra vez como antiplaquetario, cardioprotector? El cual ha ayudado a cimentar uno de los imperios más solventes a nivel mundial, con divisiones que se extienden desde la sanidad hasta el sector agrícola. Sin embargo, ahora que ya parece que no quedan más trucos de marketing para la buena de la aspirina, la todopoderosa Bayer da un golpe de efecto haciéndose con el control de otro monstruo de la alimentación: la siempre cuestionada por sus prácticas abusivas; la multinacional agroalimentaria y bioquímica Monsanto.

Ante este panorama cabe sentirse intranquilo ante un monopolio que pueda controlar la salud y la alimentación, los dos pilares básicos de la vida.