Y no pasa nada. O al menos esa es la sensación con la que me quedo este verano tras comprobar horrorizada cómo, de nuevo, se repite el terrible drama de los incendios forestales. Y siento rabia de ver cómo diez años después de haber vivido muy de cerca por motivos laborales los incendios que arrasaron Galicia en el año 2006 vuelve a repetirse la historia. Y no doy crédito. No puedo entender que no se haya avanzado nada en la lucha contra esta lacra, por lo que en cuanto viene un tiempo seco, y a ser posible acompañado por un viento que favorece su causa, la "maquinaria incendiaria" vuelve a ponerse en marcha. Y vuelve a arder Galicia. Porque se ha llegado a un punto en el que ya no se puede hablar solo de que arde el monte.

Ya no estamos tan solo ante un delito medioambiental que se lleva por delante toda vida, animal y vegetal, que encuentra a su paso; los incendios no se limitan a arrasar nuestro monte, pues en esta última década las llamas se extienden hasta las zonas habitadas, devorando viviendas y amenazando vidas humanas.

Recordando la triste experiencia del año 2006 esperaba una mayor reacción de la gente ante esta nueva oleada de incendios, esperaba un mayor bochorno de la clase política.

Pero me he quedado con la sensación de que, superado lo peor, se pasado capítulo.

Aún así, he podido leer en este diario sendas cartas con las que comparto la misma preocupación y la misma denuncia, pues estos hechos no pueden volver a repetirse. El Gobierno y la Administración tendrán que tomarse esta problemática en serio de una vez por todas y dedicar mayores esfuerzos a buscar la forma de evitar que se repitan las escalofriantes cifras de hectáreas arrasadas año tras año.

Si no han vivido la experiencia, y para que les sirva de motivación, yo les sugiero a los políticos que acompañen a las brigadas de extinción en una de sus larguísimas jornadas de lucha contra el fuego, y que sientan sobre el terreno el dolor y la impotencia de ver cómo todo color va desapareciendo hasta teñirse de gris ceniza; que sientan el calor del incendio que se acerca y el terror de ver las casas a punto de ser devoradas por las llamas, casas que sus habitantes se resisten a abandonar hasta el último minuto, esperando que los muchas veces limitados medios humanos y materiales sean suficientes para evitar que el fuego las arrase. Y que, una vez pasado el peligro, recorran la devastada zona.

Si sienten que a sus ojos no afloran las lágrimas es que tal vez sea hora de dejarlo?