Cuando se viene solo conduciendo por la autopista, la monotonía puede ser pesada y, quizá, la deseemos combatir con la radio, o hasta con la breve conversación que nos proporciona la parada del peaje. Y a eso es a lo que yo quise recurrir en mi último viaje. Me apetecía intercambiar palabras intrascendentales con alguien, algo muy humano, por lo que según me acercaba a las cabinas de pago me fijé en los rótulos de estas para ver cuáles eran manuales y, mi sorpresa, fue que cinco o seis eran de "pago fácil", incorrectamente llamadas, ya que realmente son "automáticas". Y cuando veo la única cabina con un cajero humano dentro, a ella me dirijo como una bala. Quería sentir algo... quizá la emoción de saludar a otro ser humano, quizá protestar por la cada vez mayor automatización de los peajes de las autopistas, en fin... cosas de seres inteligentes, o tan solo de seres. Así, después de un saludo educado, entregando el pago del peaje y, antes de poder decir algo superficial, el cajero se me adelanta, preguntando:

-"¡Y, a lo mejor, hasta quiere usted el recibo... y todo!".

Fue una pregunta sin interrogantes, en forma de admiración, con ese suave acento de Santiago que dulcifica las palabras, prolongando las vocales, con ese tono que por escrito no se puede reproducir. Pero la mente lo podría definir como retranca gallega, con el fin de transmitir algo diferente a lo que se está diciendo en realidad, un recurso literario en línea de humor muy de aquí. Quizás muchos no gallegos incluso lo puedan malinterpretar.

Pues ya tuvo muy buen comienzo la fugaz conversación: solo por ese juego de palabras y tonos, ya había merecido la pena escoger el pago manual en vez del automático.

A su pregunta peculiar en la forma, pero necesaria en cuanto a contenido, mi respuesta con gesto sonriente fue:

- "No, gracias, ¡y que siga usted con ese buen humor!".

Y como es de esperar en una persona de ese talante, replicó en el mismo tono:

- "¡Ya veremos lo que aguanta!".

Sin dudarlo, ese es el prototipo de persona a la que el buen humor le "aguanta" las veinticuatro horas del día... seguro que sí.

Y si bien mi despedida fue todo lo agradable que pude hacerla, aunque convencional, la de él también tenía que tener su sello, y así concluyó la animada conversación con un:

-"¡No vuelva usted hasta la próxima!" .

Toda una genialidad de expresión.

Así es que arranqué mi coche. Solo hasta que no hube pasado la barrera no se me ocurrió felicitarle más en serio por su buen humor, ni comentarle lo mucho que valió la pena escoger un cajero tan "humano en vez del que "ni siente ni padece".

Eso sí, para transcribir fielmente dicha conversación que no tuvo desperdicio, no pude menos que salirme en la siguiente área de servicio para anotar e inmortalizar así esas palabras, antes de que se me olvidaran.

Solo queda desear que en vez de jubilar a personas como esas, jubilen a esas insulsas máquinas a las que llaman "pago fácil", pero que deberían llamarse "pago lento y aburrido ".