Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.

En unos meses se cumplirán diez años del día en que Vigo inició uno de los capítulos más negros de su historia de las últimas décadas.

La primera parte de este capítulo se dio de madrugada. En un piso de la calle Oporto, un miserable consideró que debía matar a dos gais y se puso con empeño a la labor: 57 puñaladas les asestó.

La ciudad ni se inmutó. Se contaban con los dedos de la mano las personas que denunciaron el macabro crimen del que el asesino salió impoluto.

Las fuerzas vivas de la ciudad ni pestañearon porque se les librase de dos "maricas" con semejante saña.

La segunda parte llegó cuando el jurado popular consideró razonable que el criminal esgrimiese como argumento para matar a estos chicos el "miedo insuperable" a ser él asesinado, al fin y al cabo estaba con dos homosexuales ¿qué menos se podía esperar de ellos? Y así, sin más, se te cuela en la cabeza tal idea y ya puedes asesinar a un gay. Como si los gais estuviésemos todos los días matando a diestro y siniestro.

Si por ese jurado popular fuese un asesino camparía hoy por nuestras calles.

Si no queremos que la historia se repita más vale que la fijemos en la memoria colectiva con algún tipo de homenaje permanente en Vigo a estas dos víctimas del integrismo ideológico que se llama homofobia: Isaac Pérez y Julio Anderson. Una estatua, una calle o algo así sería de recibo.