El matrimonio y la familia están indisolublemente vinculados a la dignidad del ser humano. La familia surge del matrimonio, un sacramento que no sólo debe contraerse desde la pasión, el afecto, la libre decisión, sino primordialmente desde el amor y el compromiso.

La familia, pequeña "Iglesia doméstica", no sólo es una escuela de fe, sino el lugar donde se desarrollan las virtudes que enriquecen la sociedad. La familia es la "célula fundamental de la sociedad", sin la cual esta no podría subsistir.

Este mes de octubre se está celebrando en Roma el Sínodo de la Familia; la palabra "familia" está más presente que nunca en los medios de comunicación y lógicamente en la Iglesia. La crisis de las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y al matrimonio, además de estar motivadas por una sociedad secularizada y relativista tiene también su origen en la mejorable labor pastoral llevada a cabo en los últimos tiempos, donde los jóvenes de hoy -los niños de ayer- han sido los grandes olvidados. No obstante, ante esta situación debe prevalecer la "calidad" -la autenticidad- a la "cantidad" -mera salida profesional-. Sí a la vocación, no a la profesión; sí al servicio, no a una nómina fija a fin de mes.

La familia debe ser el centro de atención de la Iglesia; hace ya más de dos mil años que el Verbo se hizo carne, se hizo familia. Es cierto que la verdad no se impone, sino que se propone. Sería un gran error reducir el sacramento del matrimonio a simple burocracia; el rebajar el listón de la catequesis (hoy, insuficiente) de preparación al matrimonio para no resultar "cansinos" a los contrayentes, así como permitir que ciertas celebraciones se asemejen más a una fiesta que a una celebración solemne acorde a un sacramento. Ambas cuestiones serían un simple "paripé". Es preferible que se deshagan relaciones de cohabitación, parejas de hecho y demás modalidades, a que se produzcan "roturas" -el matrimonio tiene carácter indisoluble- matrimoniales. La Iglesia no ha de caminar a la par del mundo o de la mundanidad -cuyo estado en descomposición estamos viendo en todos los aspectos-; sí ha de acompañar sin desaliento a las personas que forman parte del mundo, con misericordia pero sin "buenismos", con cercanía pero sin complejos de proponer respetar unas normas inamovibles.

El 22 de octubre celebramos la fiesta de San Juan Pablo II, al que el día de su canonización en Roma, S.S. Francisco lo denominó "el Papa de la Familia", despertando una de las mayores ovaciones de los allí presentes. San Juan Pablo II, con toda la admiración que suscita su recuerdo, con el carisma entrañable y contundente que formaban parte de su esencia, no cesó de denunciar el acoso y los ataques que sufría la familia:" El gran peligro para la vida familiar, en medio de una sociedad cuyos ídolos son el placer, la comodidad y la independencia, radica en el hecho de que las personas cierran sus corazones y se vuelven egoístas. Cuando el valor de la familia está amenazado por presiones sociales y económicas, nosotros reaccionaremos reafirmando que la familia es necesaria no solo para el bien privado de cada persona sino también para el bien común de la sociedad, nación y Estado."

Estos días los medios de comunicación nos informaban de que el ayuntamiento de Sevilla, muy preocupado por la "salud afectivo-sexual" de los alumnos menores de edad de los institutos, iba a dotarlos de juguetes erótico-festivos. Nuestros políticos, en vez de ayudar a las familias, se dedican a adoctrinar en la "ideología de género", en potenciar las relaciones sexuales en menores, así como en favorecer embarazos, con sus consiguientes abortos. No tengamos miedo de ir contracorriente, de inculcar a nuestros hijos que la sexualidad se debe ejercitar desde del amor y la responsabilidad, así como en un determinado contexto: dentro del Matrimonio.