El jueves 11 de octubre de 1962, el beato Juan XXIII inauguraba en Roma el Concilio Vaticano II. Cincuenta años después, el jueves 11 de octubre, Benedicto XVI inauguró el Año de la Fe. Un acontecimiento que pretende que los católicos profundicemos en nuestra fe, y a su vez redescubramos la alegría de creer y encontremos nuevamente el entusiasmo en la comunicación de la fe.

Todos somos conscientes cómo en las últimas décadas, en países con profundas raíces cristinas, se ha propagado el fenómeno del abandono de la fe. Esto ha hecho que el testimonio evangélico se debilite. Pues la fe se fortalece creyendo. Por ello, el Papa ha considerado oportuno convocar este singular Año, para que se convierta en tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe.

Asimismo, el Año de la Fe, es un año para considerar que la fe cristiana no es solo una doctrina, una sabiduría, un conjunto de normas morales o una tradición. La fe cristiana es un encuentro real, una relación con Jesucristo. Este es un año para plantearnos interrogantes que demandan respuestas concretas: ¿es posible abrazar una fe que lleva 21 siglos de existencia y que se proclama idéntica en su estado original? ¿Acaso la fe de los comienzos, aquella fe que fue predicada por los apóstoles, puede ser la misma que la del hombre actual inmerso en la era digital?

Con ello, se trata de responder que aquello en lo que creo hoy no es diferente en substancia, de aquello que creyeron los primeros cristianos, después de la predicación de Jesucristo. Y todo ello en medio de una sociedad relativista y racionalista.

Por lo tanto, el reto no puede ser mayor. Ya que como Benedicto XVI ha escrito: "estamos invitados a testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado".

Ojalá sepamos aprovechar este Año.