Era difícil arrebatarle a "El hijo de Saúl" el Óscar a la mejor película de habla no inglesa, pero los méritos de "El abrazo de la serpiente", que tiene algo de "Fitzcarraldo" y de Herzog y su locura selvática, un poco de Conrad y su viaje al corazón de las tinieblas y otro poco de Malick y su amor por el esplendor de la naturaleza, son incontables.
El espectador va a la deriva, como los exploradores blancos que buscan la planta de los sueños guiados por un indio (verdadero protagonista, con la Amazonia): se mueve entre lo real y lo maravilloso, echa el ancla en el bello paisaje, fotografiado en blanco y negro como cuando aún había lugares que descubrir, se altera con la violencia que rompe la armonía y delata al colonizador, económico y religioso, y descubre, hipnotizado y fascinado, el nuevo mundo.