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Enfermeros: en primera línea y sin sentirse héroes

Cuatro profesionales analizan con FARO las dos primeras olas de la pandemia del COVID | La falta de personal y la improvisación continua siguen marcando su labor en la lucha contra el virus | Sometidos a un desgaste físico y anímico desde hace nueve meses, destacan el trabajo en equipo pero critican a la gerencia del CHOP

Inés Lobeira, Víctor Pérez, Lorena Fariña y Antía Juncal (de izquierda a derecha) ante el Hospital Provincial de Pontevedra. | // GUSTAVO SANTOS

“Odio que nos llamen héroes, no lo somos, somos trabajadores que estamos en primera línea como pueden estar otros: personal de la limpieza, camareros, etc… Sí somos los trabajadores más vulnerables, porque estamos en contacto cada día con pacientes con el virus y el EPI no es infalible. Quienes pueden padecer lo peor es nuestra propia familia”.

Inés Lobeira, enfermera con 25 años de experiencia del Hospital Montecelo y trabajadora de una de las plantas COVID, la de Traumatología, resume a la perfección el sentimiento de los cientos de profesionales de esta categoría en el área sanitaria de Pontevedra y O Salnés.

Enfermeras y auxiliares han sido las que quizá más han sufrido en los últimos nueve meses la precariedad de la sanidad pública y sus efectos más inmediatos: improvisación y desorganización. Esto les convierte, aunque no lo reconozcan, en héroes sin capa ante la opinión pública.

Junto a Inés Lobeira, otros tres enfermeros del CHOP hacen balance con FARO de cómo han sido la primera y segunda olas de la pandemia. Lorena Fariña, con seis años trabajados, estuvo en la UCI en la primera ola y ahora en el servicio de Medicina Interna.

Antí Juncal es eventual y pasó la primera ola en el centro de salud de Carballedo. Desde mediados de septiembre trabaja en el servicio de Medicina Preventiva, uno de los clave en la lucha contra el virus.

Y Víctor Pérez, con siete años de experiencia, lleva tres en Diálisis.

La primera ola.

A los enfermeros la primera ola les pilló como al resto de ciudadanos, con incertidumbre, nerviosismo, miedo y, en su caso, ganas de darlo todo por la sanidad. “Esto es algo único y diferente. No terminamos de salir de la segunda ola para entrar en la tercera, a la que vamos encaminados. Ya la vemos venir. Estamos expectantes”, asegura Inés Lobeira.

“Cuando empezó todo esto, yo tenía un contrato en Quirófano, pero al bajar la actividad quirúrgica me movieron a UCI COVID. Yo no tenía nada de experiencia en UCI, pero necesitaban formar gente. Para mí fue muy estresante. Lo más duro fue la situación desconocida porque todo esto era nuevo para todos. No sabíamos cómo era el virus ni sus repercusiones, era todo muy alarmante. Ahora ya se conocen las formas de contagio”, afirma, por su parte Lorena Fariña.

“En el centro de salud lo teníamos muy bien organizado y me vine para el caos. Empecé en Montecelo en Medicina Preventiva el 16 de septiembre y éramos todos nuevos, nos tuvimos que adaptar casi al minuto”, indica Antía Juncal, a quien la primera ola la pilló en un centro de salud.

“La verdad es que, sobre todo al principio, con la incertidumbre llegamos a dudar de todo: cómo se transmitía, qué hacer, qué no hacer… Hubo momentos en que nos pusimos psicóticos y retiramos todos los elementos en el control de Enfermería. Después lo vivimos mal en el aspecto de que pasamos sesiones muy largas con el EPI puesto siete horas, no se lo deseo a nadie”, considera Víctor Pérez desde Diálisis, en el Hospital Provincial.

El desgaste.

“El desgaste nos afecta al 99,9 por ciento de los que trabajamos con COVID. Estamos hartos porque es tal la carga… tenemos unas ganas de volver a la normalidad”, expresa Inés Lobeira.

Por su parte, Lorena Fariña apunta que el desgaste fue muy importante “porque generaba ansiedad por no conocer la situación”. “Aún así, ha habido entre nosotros un compañerismo de diez en UCI COVID. Nos apoyamos genial, incluso para ponerlos los EPI, uno desde fuera te iba indicando que parte te tocaba. No era que cada uno llevaba a sus pacientes, sino que todos hacíamos todo en nuestro turno. Fue la forma de aliviarnos entre nosotros”, destaca.

“Ahora mismo, si enfermamos parece que es culpa nuestra. Lo que no puede ser es que estemos trabajando por debajo del mínimo. A nuestros pacientes crónicos no podemos decirles vuelva usted mañana. Trabajamos con personas, no con coches. Asumimos carga de trabajo de más”, se queja Víctor Pérez. “No hay un departamento de Riesgos Laborales a quién acudir. Sentimos que toda la responsabilidad recae sobre nosotros”.

En cuanto a Antía Juncal, celebra que “hora mismo estamos bien protegidos”, pero apostilla que “el caos mental que nos llevamos todos los días para casa es inaguantable”. “No desconectas del trabajo porque estás pendiente de pedir material, ya que lo pedimos nosotros, y a veces tenemos que llorarlo. También tenemos que enseñar a la gente nueva”, manifiesta.

La dirección.

Este es el punto que más ampollas levanta entre los enfermeros. “Lo que notamos, en el momento en el que la Administración debería tratarnos mejor es cuando nos trata peor. Es algo que no entiendo”, dice Víctor Pérez. Añade que “las palabras que más escuchas de la dirección es que no la gente no quiere trabajar”. “Yo tengo amigos y compañeros enfermeros de mi promoción que se han ido a otras comunidades autónomas porque les tratan como personas. A nivel de contratación es un despropósito”.

Comparte la crítica Antía Juncal: “En esta situación, en la que podrían ser un poco más humanos, no lo están siendo. Y hay que pensar que aparte de todos los problemas que tenemos aquí, todos tenemos problemas personales”.

La veterana Inés Lobeira considera que “en la primera ola, siendo todo más improvisado y rápido, se hizo mucho mejor que ahora”. “Ahora no se puede entender cómo después de todo lo que vivimos no ha habido previsión y no se aprendiese nada. A veces toman decisiones que no nos parecen normales. Son personas que cobran por organizar, pensar, y se toman decisiones que podría tomarlas un niño”.

“El gran problema fue la dirección, que nos volvió bastante locos. Entre nosotros nos apoyamos mucho y lo fuimos llevando, gracias a la gente veterana. Lo que veo es que de la primera ola a la segunda no se aprendió nada. Pasó todo el verano y hubo tiempo para formar a la gente. Se sabía que la segunda iba a venir con fuerza y no hay gente formada otra vez. No hay previsión en cuanto a personal. Esto no es una broma”, concluye, por su parte, Lorena Fariña.

“Los sentimientos están a flor de piel porque aquí todo se engrandece. Yo lo llamo como un Gran Hermano de la Enfermería, porque todo es más grande: soledad, sentimientos de desamparo, los pacientes se convierten en víctimas. La gente no da reaccionado”.

“Viví experiencias muy dolorosas, como la soledad de los pacientes. Es muy duro que no puedan ver a la familia. Había unos dispositivos para que pudieran hacer videollamadas con sus familiares. Pero era cuando el paciente estaba más o menos estable”.

“En el centro de salud notas más la cercanía del paciente, sobre todo en esta situación tan nueva para todos. En el centro de salud de Carballedo la mayoría eran pacientes mayores. En un hospital todo cambia y todo se complican mucho más”.

“Al principio los pacientes tenían mucho miedo porque sufrían la misma incertidumbre que nosotros. El 90 por ciento asumieron muy bien la reorganización del trabajo, hasta nos escribían cartas de agradecimiento. Se concienciaron muy rápido con las medidas preventivas”.

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